La inocencia robada - Capítulo 125
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Capítulo 125:
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Siza empezó a rodear la silla lentamente, como un tigre esperando el momento adecuado para atacar.
«Te odio, odio todo lo que te concierne. Odio tu mirada inocente, tu debilidad y la forma en que respiras, consumiendo el aire a mi alrededor».
Amelia se estremeció ligeramente bajo la dura mirada de Siza, pero sus ojos permanecieron fijos en ella, negándose a parecer débil o derrotada.
«Max nunca te perdonará si me haces daño».
Siza se detuvo de repente y se acercó un paso a Amelia, agarrándole fuertemente la mandíbula, lo que le hizo estremecerse de dolor.
«Max ni siquiera sabrá quién te mató. Si es necesario, lo haré yo misma y dejaré que tu cuerpo se pudra sin que nadie se entere».
Sus palabras golpearon a Amelia como un rayo, haciendo que su corazón se hundiera en un abismo de desesperación. Sabía que Siza decía cada palabra en serio y que estaba dispuesta a hacer cualquier cosa para quedarse con Maxwell. Amelia sintió que las lágrimas brotaban de su interior, pero su orgullo las contuvo.
—No me rendiré fácilmente, Siza. Si quieres matarme, primero tendrás que enfrentarte a Maxwell. Pero recuerda una cosa… cuando él sepa la verdad, serás tú quien pierda, no yo».
Siza la miró con frialdad, luego soltó la mandíbula de Amelia y se dirigió hacia la puerta.
«Veremos quién gana al final, Amelia. Pero créeme, estarás muerta antes de tener la oportunidad de luchar». Lo dijo en voz baja antes de desaparecer en la oscuridad.
Amelia permaneció sentada, con las manos atadas y el rostro húmedo de sudor y miedo. Sabía que se le acababa el tiempo y necesitaba un plan para salvarse. Pero en ese momento, lo único que sentía era el miedo profundamente arraigado a la amenaza real que representaba Siza.
La oscuridad envolvió el corazón de Maxwell. Lejos de las luces de la ciudad, sus ojos ardían de rabia y tensión. Sabía en el fondo de su ser que Siza estaba detrás del secuestro de Amelia. Amelia, su esposa y el amor de su vida, estaba en peligro. Lo que era aún más aterrador era que Amelia estaba embarazada de su primer hijo. La idea de que Siza pudiera hacerle daño o incluso matarla encendió un fuego dentro de él. Sintió que el miedo se intensificaba en su pecho, pero ese miedo solo alimentaba su impulso de actuar.
Maxwell llevaba una chaqueta de cuero negra, pegada a su cuerpo por el sudor que le goteaba por la frente. Su mano apretaba con fuerza el teléfono, esperando cualquier señal o información que le llevara hasta Amelia.
De repente, sonó su teléfono. El sonido atravesó el inquietante silencio como una alarma. Rápidamente se llevó el teléfono a la oreja.
«Adrian, ¿has encontrado algo?», preguntó Maxwell con voz ronca y ansiosa.
La voz de Adrian al otro lado del teléfono era tranquila, pero llena de seriedad.
—Max, ahora estamos seguros. Siza es quien secuestró a Amelia. Tenemos un testigo que vio a alguien parecido a ella conduciendo un coche cerca de la casa en el momento en que Amelia desapareció.
Maxwell sintió que su corazón casi se detenía, y luego latía furiosamente en su pecho.
«¿Adónde se la llevó? ¿Sabes dónde está?», preguntó, con la voz a punto de estallar por la tensión.
Adrian dudó un momento y luego dijo lentamente: «Creemos que puede estar retenida en el edificio abandonado a las afueras de la ciudad. El mismo lugar que usábamos para los viejos tratos».
Maxwell cerró los ojos un momento, tratando de controlar su ira.
El edificio abandonado era un lugar lleno de malos recuerdos, y ahora podría ser una prisión para Amelia.
—Voy para allá ahora mismo. No podemos perder más tiempo. Amelia está en peligro, y Siza… Siza hará cualquier cosa.
—Max, ten cuidado. Siza no está en su estado normal. Está más viciosa que nunca, y no dudará en hacer daño a Amelia si se siente amenazada.
—Lo sé, Adrian. Pero no tengo otra opción. Tengo que recuperar a Amelia, o… Ni siquiera puedo pensar en la alternativa. —Maxwell colgó y se metió el teléfono en el bolsillo, luego se dio la vuelta y se dirigió apresuradamente hacia su coche. Sentía que se le acababa el tiempo, y cada segundo que pasaba podía suponer la diferencia entre la vida y la muerte para Amelia.
Maxwell llegó rápidamente al edificio abandonado, el motor de su coche casi ardiendo por la velocidad. El edificio estaba oscuro y en silencio, como una bestia dormida esperando la oportunidad de atacar. Maxwell se detuvo fuera del edificio, mirándolo fijamente por un momento, tratando de calmar sus nervios antes de entrar.
Sabía que cada paso tenía que ser calculado, pero la idea de que Amelia pudiera estar dentro, asustada y sola, lo llevó a moverse sin dudarlo. Respiró hondo y comenzó a avanzar hacia la puerta en ruinas.
Dentro del edificio, el hedor era nauseabundo, una mezcla de podredumbre, polvo y descomposición. El suelo estaba lleno de escombros y las paredes estaban erosionadas y agrietadas. Maxwell se movía con cautela, observando cada rincón y cada sombra. Su corazón latía con violencia en su pecho, la adrenalina corría por sus venas.
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