La divina obsesión del CEO - Capítulo 81
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Capítulo 81:
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La mano de Benjamin se posó en su espalda, queriendo consolarlo. Era un feroz león herido y con sed de venganza.
“No le grites… ella solo quería ayudarte. No se merece que la reprendas”, dijo el abuelo con dolor en la mirada, como si Sarah aún siguiera viva.
“Me siento perdido… no quiero recuperar de la misma forma a Frida, no quiero recoger su cuerpo de algún río… no quiero que la lastimen”, agregó Román apoyándose en el ataúd de Sarah y controlando sus ganas de llorar.
“Necesitas descansar, Román…”.
“No tengo tiempo para eso…”.
“Tus hijas te necesitan. No te olvides de ellas”.
Con pesar, Román decidió regresar a casa. Tenía el corazón destrozado, se sentía débil y vulnerable, sin fuerzas para seguir con su enmienda. Salió de la sala de velación con la mirada de todos clavada en su espalda.
Habían pasado un par de días en la hacienda a las afueras de Venecia, Italia. Era un lugar tranquilo y hermoso, pero Frida había permanecido en silencio, casi muda después de lo ocurrido. Pensar en esa mujer le rompía el corazón.
“¿Frida?”, preguntó Gerard acercándose a ella.
“¿Podemos hablar?”.
“¿Qué ocurre?”.
“Estoy preocupado por ti…”.
Frida cerró sus ojos y un par de lágrimas cayeron por sus mejillas. No quería verlo, no quería dialogar, solo deseaba estar sola.
“No quiero que me temas”, dijo Gerard sacándola de sus pensamientos.
“Sé que lo ocurrido en París te asustó, pero…”.
“Golpeaste a esa mujer, solo Dios sabe lo que le hiciste al final del día y no conforme, me abofeteaste…”, respondió Frida y agachó la mirada.
“Perdóname, Frida. Salí de control, estaba desesperado y tenía miedo…”.
“¿Miedo?”.
“Miedo de perderte…”.
“Quiero hacer las cosas bien”, dijo Gerard sacando una pequeña caja de terciopelo del bolsillo y abriéndola ante los ojos de Frida.
“¿Te casarías conmigo?”.
“¡¿Qué?!”, exclamó asustada.
“Frida, te amo y deseo protegerte. Si te casas conmigo será más difícil que el monstruo de Román te aleje de mí. Además… tendrás derecho a todo lo que me pertenece, si un día llego a faltar, no quedarás desprotegida…”.
“Gerard…”.
“Román ya mató a tu padre, no me sorprendería que intentara matarme a mí. Si lo logra, estaré más tranquilo de saber que no quedaste desamparada”.
“No lo haré…”, contestó Frida viéndolo a los ojos.
Aunque temía por ese futuro que proyectaba Gerard, no estaba segura de querer casarse con él.
“Frida, Román es un hombre desalmado y tiene las manos manchadas de sangre, es por lo que necesito que aceptes, para protegerte”.
“¿Por qué no llamar a la policía? ¿No sería lo mejor?”.
Gerard agachó el rostro y sonrió divertido. Hizo a un lado el anillo y puso sobre la mesa el acta de matrimonio ya firmada por él.
“Firma, por favor”, dijo con voz metálica y fría.
“No”, respondió después de echarle un vistazo.
“Frida, no insistiré… firma, por favor”.
Esta vez sacó su arma y la puso a un lado del acta, como un ultimátum.
“¿Así lo harás? ¿Obligándome?”.
“No me dejas otra opción”.
“Deja la puerta abierta, déjame ir”.
“¿A dónde irás? No te queda nadie”, dijo Gerard acariciando el cabello de Frida con ternura.
“Tu padre ha muerto, Román es un psicópata que trata de aprovecharse de ti…”.
“Y tú, ¿quién eres?”:
“El hombre que más te ha amado”, agregó tomando por la fuerza la mano de Frida y poniéndole la pluma entre los dedos.
“El hombre al que has despreciado, el único que daría la vida por ti y al primero que has visto solo como amigo…”.
Frida se esforzó por no acercar la pluma a la hoja, pero la presión que hacía Gerard rebasaba su fuerza.
“Has preferido enredarte con hombres que solo te humillan y te hieren, te enamoras de los patanes que solo te usan… pero a mí nunca me has mirado de otra forma, solo soy el hermano de tu amiga, el idiota que se pone de tapete a tus pies y ya me cansé”.
“¡Basta!”.
De pronto Gerard apuntó directo a la cabeza de Frida.
“¿Vale la pena arriesgar tu vida? ¡Por Dios, Frida! ¡Te estoy ofreciendo lujos, comodidades, mi amor y todo mi dinero! ¿Por qué te opones? ¿¡Por qué tienes que hacer esto tan difícil!?”.
Con los dientes apretados y llena de coraje, firmó el papel, solo así el arma se separó de su cabeza en el momento que Gerard tomó el acta, complacido.
“Este es el inicio de una gran relación. Ya verás… puede que no estés enamorada de mí en este momento, pero te darás cuenta que soy tu mejor elección…”.
“Dime la verdad… ¿Qué fue lo que ocurrió antes de que cayera en esa cama de hospital?”, preguntó Frida esperando algo de benevolencia.
“Lo que te dije… caíste en coma por quince años, eso es todo”, dijo Gerard tomando el anillo y colocándoselo a la fuerza en el dedo.
“Pero ahora todo está bien”.
Mientras Gerard salía de ahí con el acta y el corazón lleno de orgullo, Frida permaneció en la silla del comedor, con la mirada perdida, confundida y aterrada, pero sabiendo que tenía que hacer algo.
La dirección que le había dado Sarah en ese papel se proyectaba cada vez que cerraba los ojos. Tenía que llegar ahí, era seguro que alguien la conocería y podría ayudarla o eso creía. Solo era cuestión de esperar el momento indicado para correr.
El gran carnaval de Venecia se acercaba, las calles comenzaban a adornarse con listones de colores intensos y los templetes se armaban frente al palacio de la seda. Frida salía de la casa siempre y cuando estuviera acompañada de Gerard.
En una visita al puente de Rialto, mientras Gerard veía el horizonte con fascinación, un joven le dio un volante a Frida. Habría un espectáculo de ballet en el carnaval, cuando revisó las letras pequeñas se dio cuenta de quien lo dirigía; Bianca Rizzo. Era el nombre de soltera de su madre.
‘¿Mis padres están divorciados? ¿Cuándo ocurrió eso?’, se preguntó y de nuevo las punzadas en la cabeza hicieron estragos en su cerebro.
Arrugó el volante para que el nombre de su madre no fuera visible y se lo mostró a Gerard.
“¿Podemos ir?”, preguntó con docilidad y una mirada suplicante.
“No lo sé, ese carnaval se vuelve una cuna de indigentes y gitanos…”.
“Pero… solo a la presentación de ballet…”.
“A tino te gusta el ballet, Frida”, dijo Gerard con desconfianza y le arrebató el volante.
“No me gusta bailarlo, pero si me gusta verlo”, agregó tímida y sonrió.
“Por favor…”.
“No lo sé…”.
“Gerard… empezamos las cosas mal… creo que tienes razón en todo lo que dijiste, pero podemos intentarlo, dame una oportunidad de enamorarme… hagamos cosas de pareja y… salgamos”.
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