La divina obsesión del CEO - Capítulo 63
✨ Nuevas novelas cada semana, y capítulos liberados/nuevos dos veces por semana.
💬 ¿Tienes una novela en mente? ¡Pídela en nuestra comunidad!
🌟 Únete a la comunidad de WhatsApp
📱 Para guardarnos en tus favoritos, toca el menú del navegador y selecciona “Añadir a la pantalla de inicio” (para dispositivos móviles).
Capítulo 63:
🍙 🍙 🍙 🍙 🍙
“No habla de su exesposo, pero todos sabemos que es el origen de su dolor. A veces paso fuera de su habitación y la escucho sollozar. Aunque no ha dicho nada malo de él y lo considera un buen padre, una mujer no llora de esa forma por un buen hombre”, dijo Marianne con tristeza por su amiga.
“Lo bueno es que sé que tú no eres así”.
“Podrías equivocarte”, dijo Román muriendo de ganas por buscar a Frida, pero manteniéndose ahí, con los pies clavados.
“¿Por qué no me presento a la hora de la cena? Tal vez sea la forma más agradable de acercarme a ellos, durante una sustanciosa comida”.
“¡Tienes razón! ¡Es una gran idea!”, exclamó Marianne gustosa.
“No les avises, será una sorpresa y yo traeré todo”, agregó Román con malicia.
Marianne quiso alcanzar sus labios y haciendo un gran esfuerzo para no parecer indiferente, se inclinó hacia ella y la besó. La presión de sus bocas fue apenas sutil, pero suficiente para terminar de romperle el corazón a Frida que veía todo por la ventana.
“Ya note tortures…”, dijo Hugo detrás de ella.
“No está aquí por mí, Hugo…”, agregó Frida con Tristeza.
“Debería de estar feliz, debería de agradecerlo. Ahora será el problema de Marianne… aunque eso no me consuela del todo, no quisiera que ella sufriera lo que yo sufrí”.
“Ya será su responsabilidad”, dijo Hugo alejándola de ahí.
Frida caminaba por los pasillos de la finca, era la hora de la cena y ya comenzaba a tener hambre.
Cubrió sus hombros con una chalina y su corazón latía adolorido, quería regresar a su habitación. No tenía ganas de llorar, pero se sentía miserable y quería saborear su dolor en absoluta soledad.
Llegó hasta el comedor, había comida en abundancia. El suculento olor impregnó su nariz, pero no le generó placer, por el contrario, una punzada de desconfianza atenazó su alma, como si temiera que los alimentos estuvieran envenenados.
Paseó la mirada en cada platillo y se dio cuenta que eran sus favoritos y los de sus hijas. Cada plato lo había probado con Román. Su estómago se hizo pequeño y de pronto sintió náuseas.
En el centro de la mesa un enorme arreglo floral llamó su atención. Eran rosas en abundancia y su aroma se entremezclaba con el de los alimentos. En la base, una nota solitaria parecía perdida. Al abrirla, sus ojos se llenaron de lágrimas.
‘Cuando te ponga las manos encima…’. Su labio inferior comenzó a temblar, arrugó el papel y lo escondió en su bolsillo.
Limpió sus lágrimas y retrocedió, indignada y ofendida. Sabía de dónde venía la comida y temía que él estuviera también durante la cena.
Retrocedió sintiendo que le faltaba el aire y chocó con un pecho fuerte, la loción varonil se apoderó de su nariz y un par de manos firmes la hicieron girar.
“¿Está bien, Señorita Frida? ¿No se lastimó?”, preguntó Román con media sonrisa y los ojos llameando con rencor.
“¿A qué estás jugando?”, preguntó Frida en un susurro.
“¿Jugando? ¿A qué se refiere?”.
Román frunció el ceño desconcertado, pero no podía ocultar lo que sentía, sus ojos lo delataban.
“He decidido traer la mejor comida para poder empatizar con los amigos de Marianne…”.
“De tu novia”, las palabras le supieron amargas en el paladar.
“Claro, mi novia… tal vez futura esposa. Tengo una hija que necesita de una imagen materna y creo que Marianne es lo suficientemente dulce y cálida”.
Frida no pudo aguantar un sollozo, había sido un golpe duro directo al corazón que le sacó el aire. Se apoyó con una mano en la mesa mientras las lágrimas rodaban por sus mejillas. Era la sensación más miserable que alguna vez se había apoderado de ella.
Podía perder a Román, pero jamás pensó en ser suplantada en el corazón de Emma. Cubrió su boca queriendo ahogar sus lamentos.
Román la vio desmoronarse frente a él y la vio con lástima. Quería herirla como ella lo había herido a él, pero una vez lográndolo, se dio cuenta que no le había generado ninguna satisfacción, por el contrario, verla llorando de esa forma le había calado en lo más profundo de su alma.
“Frida…”, pronunció su nombre con suavidad, como una caricia de terciopelo.
“¡Román! ¡Llegaste!”, exclamó Marianne con emoción y se colgó del cuello de Román antes de besar su mejilla.
Eso era más de lo que Frida estaba dispuesta a soportar. Sin decir ni una sola palabra les dio la espalda. No toleraría sus muestras de cariño delante de ella. No le daría el gusto de verla derrumbarse más. Salió con paso rápido del comedor.
“¿Frida?”, preguntó Marianne desconcertada.
“¿Qué le ocurre?”.
Román se quedó en silencio, quería ir tras Frida y detenerla, estrecharla y pedirle que volviera, pero su orgullo había clavado sus pies al piso.
Frida desapareció de su vista y chocó con Hugo, que parecía nervioso.
“¿Qué ocurre?”, preguntó con molestia.
“Román está en la mesa, vino a cenar… yo no puedo con esto”, dijo Frida entre sollozos.
“Hijo de p%ta… ¿Ahora qué quiere?”.
“A Marianne… quiere una madre para Emma…”.
“Emma ya tiene una madre”, añadió tomando a su hermana por los hombros, desesperado por verla
“No soy digna de serlo. La abandoné… ella tenía que estar conmigo…”.
“No digas eso, hiciste lo que creíste mejor… no puedes juzgarte”.
“Extraño a mi niña… además, ¿cómo puedo sentarme frente a ellos sabiendo que aún lo amo?”, preguntó Frida llena de dolor, sorprendiendo a Hugo.
“¿Cómo puedo escuchar sus planes sin que me llene de rabia?”.
“Vámonos esta misma noche… no tenemos que tolerar esto”, dijo Hugo lleno de decisión.
“No, no voy a seguir huyendo, no voy a arrastrar a Cari al destino que tanto temía Emma”.
“¿Entonces?”.
“Apoyaré a Mary hasta que este lugar esté completamente funcional… mientras eso pasa, evitaré ver a Román y juntaré dinero para rentar en el pueblo más cercano. Saldré de esta maldita finca y continuaré con mi vida lo mejor que pueda…”
“Suena doloroso”, dijo Hugo sintiendo lástima de su hermana.
“Lo será…”.
“Pero no estás sola, lo sabes… ¿cierto?”.
Le ofreció una sonrisa insípida y besó su frente.
“Lo sé.”
“Se abrazó a Hugo y hundió su rostro en su pecho, pero no encontró consuelo”.
“Ve a cenar, finge que no lo conoces. Si preguntan por mí, di que estaba muy cansada, que me fui a dormir”.
“Frida…”.
“Hazlo… por piedad…”.
Hugo asintió con tristeza y dejó ir a su hermana.
Sería difícil poder ver a Román sin tener ganas de romperle la cara.
Frida se envolvió mejor en su chalina mientras caminaba por el viñedo, bañada por la luz de luna y acompañada de su soledad. La brisa fría de la noche anestesiaba su dolor. De pronto escuchó un forcejeo cerca. Caminó entre las plantas hasta llegar a la zona más oscura.
Los hombres que trabajaban en la finca eran, en general, nobles y honestos, pero siempre hay manzanas podridas. Había llegado hace poco una mujer embarazada acompañada de su esposo y el hermano de este.
La mujer se mostraba sumisa mientras que el esposo era posesivo y celoso. Frida ya temía que expresaran algún gesto de violencia y esa noche era testigo de esta.
“¡Te dije que ese dinero era para salir con mi hermano!”.
Capítulo 64
“Pero… el niño va a nacer y no tiene pañales ni ropa…”, dijo la mujer suplicante, queriendo comprensión.
“¡Yo nunca quise a ese niño! ¡Si lo tendrás es por capricho tuyo! ¡Dame el dinero y vete a dormir!”.
La mujer se veía insignificante frente a su esposo y de pronto este levantó un fuete, dispuesto a golpearla. Frida recordó su infancia y como su padre la golpeaba. Algo la llenó de furia y con una valentía que no consideraba habitual en ella, empujó al hombre, alejándolo de su mujer.
“¡Señora Sorrentino!”, exclamó la mujer sorprendida.
“¿Estás bien?”.
Frida la tomó de los brazos y la vio con atención.
“¡Maldita vieja chismosa!”, se quejó el hombre que había caído al piso.
“¡Discúlpelo! ¡Está borracho! Por favor, váyase, yo me encargaré”.
“No, tú vendrás conmigo y este hombre se irá de la finca al amanecer”.
“¡Es mi mujer y usted no tiene que meterse en lo que no le importa!”.
“¡Dale una lección, hermano!”, dijo el otro hombre que levantaba una botella.
“No lo sé… ella no suele perderse la cena”, dijo Marianne con recelo, picoteando la comida en su plato con apatía.
“Ha sido un día agotador”, agregó Hugo viendo con odio a Román.
“Le llevaré algo de comida, no puede irse a dormir con el estómago vacío”, intervino Gerry.
“¡Eres muy lindo con Frida, hermanito! Verás que tarde o temprano aceptará ser tu novia”.
“Creí que ya eran novios”, dijo Román con el ceño fruncido.
“No, mi hermana le ha dejado claro a Gerry que solo son amigos, pues a ella le gusta comenzar una relación cuando ya olvidó y sanó”, respondió Hugo entre dientes.
“Ella no es tan estúpidamente impulsiva como otros”.
“Ah… ¿estás bien, Hugo?”, preguntó Marianne notando la intensidad en sus palabras.
Antes de que Hugo pudiera continuar con su insistente ataque contra Román, una ventana se quebró en el comedor, el cuerpo de Frida la atravesó, cayendo al suelo. Después entró el esposo, furioso, agitando el fuete en el aire.
“¡Te educaré como si fueras una bestia!”.
¡Aprenderás tu lugar, mujer! ¡Después de esta noche, no saldrás de la cocina!”, exclamó con odio.
Frida agitó la cabeza, se sentía mareada, ya no sabía que le dolía más, si el cuerpo o el corazón. La sangre goteaba de su frente y sus dedos buscaron la herida, encontrándola en su ceja.
“Lo que me faltaba…”, dijo Frida resoplando.
“¡Frida!”, exclamó Gerard dispuesto a detener al agresor, pero Román ya se había levantado.
De pronto la risa de Frida los dejó a todos congelados.
“¡Anda! ¡¿Quieres enseñarme a obedecer?! ¡De una vez te digo que muchos lo han intentado y todos han fallado! ¡¿Qué te hace creer que tú tendrás suerte?!”, bufó Frida con arrogancia.
“Por eso estás sola, niña. ¿Quién podría aguantar a una mujer como tú?”, respondió con burla.
Caminó hacia ella blandiendo el fuete, cuando se acercó lo suficiente, Frida enredó sus pies en los de él, haciéndolo perder el equilibrio. En cuanto apoyó las manos sobre el piso, Frida lo pateó en la cara con ambos pies, arrojándolo al otro lado del comedor.
De un brinco, Frida se puso de pie y caminó arrogante, con el rostro manchado de sangre y el odio corriendo por sus venas. Se sentía valiente, se sentía eufórica e indestructible.
“¡¿Terminaste?! ¡¿Hasta ahí llegó tu hombría?!”, exclamó furiosa y antes de que el hombre pudiera levantarse, se montó encima de él y comenzó a golpearlo, dejando caer sus puños al azar sobre el cuerpo de su atacante.
“¡Vamos! ¡Enséñame a obedecer!”.
“¡Lo vas a matar!”, exclamó Hugo tomándola por el talle y levantándola.
“¡Suéltame! ¡Aún no acabo con él!”.
“¡Lo estás haciendo víctima de tus traumas personales!”.
Hugo hacía un gran esfuerzo por contener a Frida que seguía pataleando y manoteando.
“Usa esa fuerza con quien en verdad se lo merece”.
De pronto se vieron ambos hermanos cara a cara y un único nombre llegó a su mente; ‘Román’.
La policía se había llevado a los hermanos conflictivos mientras Frida se enjuagaba el rostro en la cocina, retirando la sangre y presionando un trapo contra la herida.
“La herida no es profunda, pero sí dejará cicatriz”, dijo Hugo entregándole una bolsa de guisantes congelados.
“Me acordé cuando golpeaste a esa niña en el ballet”.
“Me gané cinco fuetazos”, dijo Frida resoplando.
“Y cinco más cuando te quejaste de que era un castigo injusto”, agregó Hugo y comenzó a reírse.
“¿Te desahogaste?”:
“Bastante”, contestó Frida riendo a carcajadas.
“Me siento más liviana”.
Mientras los hermanos reían, entró Gerry completamente preocupado. Se acercó a Frida y revisó la herida.
“Te llevaré al hospital”.
Los colores morados y rojizos empezaban a apoderarse del ojo de Frida.
“No… no quiero…”, respondió Frida y salió de la cocina con la cara cubierta por la bolsa de guisantes.
“Frida, tienen que revisar esa herida, no puedes dejarla así”, insistió Gerry.
“Estoy bien… en serio… solo… déjame ir a dormir, estoy muy cansada…”.
“Qué mujer tan necia”, dijo Román e hizo a un lado a Gerry, considerándolo incompetente.
‘A una mujer con el carácter de Frida no puedes pedirle permiso para hacer las cosas, tienes que hacerlas y punto’ pensó con molestia y se plantó frente a ella, intimidándola. De pronto la tomó en brazos, seguía siendo tan ligera como recordaba.
“¡¿Qué haces?! ¡Suéltame!”, exclamó Frida angustiada y golpeó su pecho con ambos puños, pero Román no le prestó atención.
“¡Qué me sueltes! ¡Bájame!”.
Pataleó y se retorció, pero el agarre de Román era firme.
“¡La vas a lastimar! ¡Suéltala!”, exclamó Gerry.
“Si no lo hago, ¿qué?”, preguntó Román volteando hacia él con la mirada cargada de rencor.
“No tienes la iniciativa de cuidar a la mujer que dices amar. No quieras corregirme porque yo si intento hacer algo por ella”.
Se metió en el asiento trasero del Bentley junto a Frida y le pidió a Álvaro que condujera hasta el hospital.
“Señora Gibrand, qué gusto volverla a ver”, dijo Álvaro desde el asiento del conductor.
“¡Vuelve a decirme así y no volverás a ver la luz del sol!”, reclamó Frida iracunda mientras se iba al otro extremo del asiento, manteniendo una distancia considerable de Román.
“¿Ese es el hombre patético por el que me reemplazaste?”, preguntó Román sin voltear hacia ella.
“Es solo un niño”.
“Eso es algo que no te importa. Además… ¿Qué tiene que sea un niño?”.
“Tú necesitas un hombre”.
“Yo no necesito a ningún hombre… no te necesito a ti y no lo necesito a él”.
“Ya extrañaba tu arrogancia”.
“¡Vete a la m!erda!”, exclamó iracunda y quiso abrir la puerta.
“¿Qué harás? ¿Saltar del auto en movimiento?”.
“Es preferible a seguir aquí, a tu lado”, exclamó furiosa.
“¡Detén el auto y déjame bajar si no quieres que rompa el vidrio!”.
.
.
.