Gemelos de la Traicion - Capítulo 59
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Capítulo 59:
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El médico continuó: «Liam necesitará observación y cuidados continuos. Físicamente, hemos avanzado, pero los efectos psicológicos de una enfermedad prolongada y el aislamiento requerirán atención. Necesitará terapia, apoyo y tiempo para recuperarse por completo».
Raina asintió con la voz firme a pesar del temblor persistente. «Hagan lo que sea necesario. Solo curen a mi hijo».
Nuestro hijo, pensé en silencio, con un nudo en la garganta al pronunciar esas palabras. No era solo suyo, era nuestro.
Volví a mirar a Liam, que me observaba con los ojos muy abiertos, como si temiera que desapareciera si parpadeaba. Quería tranquilizarlo, prometerle que nunca volvería a irme, pero el médico intervino.
«Por ahora, Liam necesita descansar», dijo con suavidad. «Demasiados estímulos podrían abrumarlo».
Tragué saliva y asentí con la cabeza. Me incliné y acaricié suavemente el pelo de Liam. «Estaremos aquí, pequeño», le susurré. «Siempre».
Al salir de la habitación de Liam, el peso de todo lo sucedido me oprimía como una manta asfixiante. Mi hijo, nuestro hijo, había despertado, y el alivio era inconmensurable. Sin embargo, la realidad de la situación era innegable: esto no había terminado. La fragilidad de Liam, las advertencias del médico, las lágrimas de Raina… Todo era un crudo recordatorio del daño que ya se había hecho.
Cuando me volví para mirar a Raina, estaba con Dominic, con la cara escondida en su pecho. Sus hombros temblaban mientras unos sollozos silenciosos sacudían su cuerpo. Aquella imagen me golpeó como un puñetazo en el estómago. Quería consolarla, abrazarla y decirle que todo iba a salir bien, pero ya no era mi lugar.
Dudé un momento antes de acercarme a ellos. Mi voz era baja, cautelosa. —Raina, ¿podemos hablar?
Dominic levantó la cabeza bruscamente, con expresión fría e inflexible. —Déjala en paz, Alex. Su voz tenía un tono cortante, dejando claro que no estaba dispuesto a ceder.
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Apreté la mandíbula, resistiendo el impulso de discutir. A pesar de todos mis defectos, sabía reconocer cuándo no era el momento de intervenir. Raina ni siquiera me miró, centrada por completo en Dominic, que la alejó con un brazo protector alrededor de ella.
Los vi alejarse, sintiéndome como un intruso en un mundo que solía ser mío. El dolor en mi pecho se hacía más intenso con cada paso que daban. Sin embargo, en medio del dolor, había algo más: un destello de determinación.
Que Liam despertara ahora, precisamente en ese momento, no podía ser una coincidencia. Era una señal, un momento destinado a obligarme a enfrentarme a todo lo que había enterrado bajo años de ira, orgullo y arrepentimiento. Tenía que decirle la verdad a Raina: que seguíamos casados. Pero ¿cómo?
Ya podía predecir su reacción. En cuanto se enterara, me pediría el divorcio y, con todas las cartas a su favor, no había duda de que ganaría. Aun así, no podía dejar que eso me detuviera. Decírselo no era solo una cuestión técnica del certificado de matrimonio, era algo más profundo. Se trataba de arreglar lo que se había roto.
Aunque nunca me perdonara. Aunque se marchara para siempre. Al menos lo habría intentado.
Mientras salía del hospital, mis pensamientos se vieron consumidos por la enormidad de lo que tenía que hacer. ¿Cómo se lo diría? ¿Qué podría decirle para que creyera que era sincero?
El trayecto a casa fue una nebulosa. Cuando llegué a mi estudio, la determinación que ardía en mi pecho se había solidificado en un plan. Fui a mi caja fuerte y abrí la cerradura con los dedos ligeramente temblorosos. Los papeles del divorcio estaban enterrados en el fondo, donde los había metido años atrás con la esperanza de no volver a verlos nunca más. Los saqué y los hojeé hasta encontrar las firmas. La mía era clara y precisa, pero la de Raina… tenía una leve mancha que se extendía por la tinta. Una lágrima.
El recuerdo de aquel día volvió a mi mente, vívido e implacable. Ella estaba muy callada, con las manos temblorosas mientras firmaba los papeles. Yo estaba demasiado enfadado, demasiado obstinado para darme cuenta de lo mucho que le estaba costando. Y ahora, años después, aquella mancha era un recordatorio de lo mucho que le había fallado.
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