Gemelos de la Traicion - Capítulo 252
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Capítulo 252:
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—Me importa un carajo lo que te guste —ladró Alex. «Si le has hecho daño…».
«Tranquilo», interrumpió Nathan. «Está viva… por ahora».
Creí que iba a vomitar.
El cuerpo de Alex se puso rígido a mi lado, con todos los músculos tensos, a punto de romperse. «¿Qué quieres?».
Silencio.
Luego, la voz de Nathan volvió a bajar, más oscura. «Un pajarito me ha dicho que Raina ha vuelto a casa».
Se me heló la sangre.
Notaba la mirada de Alex sobre mí, pero no podía apartar la vista.
Nathan se rió de nuevo, como si pudiera oír mi miedo a través del teléfono. —Vaya, qué interesante, ¿verdad? No has podido mantenerte alejada, ¿verdad, Raina?
Tragué saliva con dificultad, con todo el cuerpo paralizado.
Nathan tarareó. —Así es como va a ser. La quiero a ella. Y solo cuando la tenga, dejaré marchar a Faith.
El aire de la habitación se volvió sofocante.
—No —dijo Alex inmediatamente. Su voz era firme, inflexible—. Eso no va a pasar.
Nathan se rió de nuevo, un sonido lento y burlón. —Oh, vamos. No te hagas el sorprendido. Sabías que esto iba a pasar.
Mis dedos se curvaron en mis palmas, mis uñas se clavaron en mi piel.
—Ya sabes lo que tienes que hacer —dijo Nathan con suavidad—. No me hagas esperar.
Entonces, la línea se cortó.
Un silencio vacío llenó la habitación. No podía moverme. No podía respirar.
Nathan me quería.
Faith había sido secuestrada por mi culpa.
El peso de esa información me golpeó como una tonelada de ladrillos, robándome el aliento de los pulmones. Mi visión se nubló por los bordes y los latidos de mi corazón resonaron en mis tímpanos.
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Alex se giró, con la mandíbula tan apretada que estaba seguro de que estaba a punto de romperse los dientes. —No —siseó, dando un paso adelante—. No vas a hacerlo. Ni se te ocurra.
No dije ni una palabra.
Porque ya lo estaba pensando.
Nathan no estaba mintiendo. Tenía a Faith. Y si yo no actuaba, ella podría…
No podía permitir que eso sucediera.
Alex soltó una maldición. —Raina…
Me di la vuelta, moviendo las piernas antes de poder siquiera registrar lo que estaba haciendo. Corrí por el pasillo hacia mi habitación, con pasos rápidos y respiración entrecortada.
—¡Raina, detente! —gritó Alex detrás de mí, pero no miré atrás. En cuanto entré, cerré la puerta detrás de mí y la cerré con llave.
Mi corazón latía como un tambor salvaje mientras me apoyaba contra la madera, con las palmas temblorosas. Era ella o Faith.
Cerré los ojos, jadeando bajo el peso de esta decisión.
No quería caer en manos de Nathan.
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