Gemelos de la Traicion - Capítulo 114
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Capítulo 114:
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ALEXANDER
Estaba tentado, no, más que tentado, de cometer mi primer asesinato. Y la razón sería Raina.
Más concretamente, sería ese sapo engreído al que ella llamaba novio. Nathan. Él era la raíz de todo lo que iba mal. Cada vez que Raina me desafiaba, cada vez que me excluía o luchaba más por distanciarse, podía ver la influencia de Nathan.
Tenía que ser él. Era él quien me lo ponía todo más difícil. Susurrándole al oído, alimentándola con mentiras, envenenándola contra mí. Si pudiera deshacerme de él, lo haría. Quería hacerlo.
Pero Nathan no era un hombre con el que se pudiera tratar fácilmente. Cuanto más descubría sobre él, más claro tenía que era alguien con quien había que tener cuidado. No era cualquiera, formaba parte de la misma clase alta que yo, con conexiones que rivalizaban con las mías. No eraalguien a quien pudiera simplemente eliminar de la ecuación sin repercusiones.
Darse cuenta de eso solo hizo que mi sangre hirviera aún más.
Cuando llegué a casa, mi ira era un peso físico que me oprimía. Cerré la puerta de un portazo, me quité la chaqueta y la tiré al sofá. El movimiento no alivió la tensión que recorría mi cuerpo, solo la empeoró.
¿Cómo se atrevía a besarla?
Era mi esposa.
Raina seguía siendo mía.
Y, sin embargo, Nathan la había besado con más ternura, con más pasión de la que yo jamás me había permitido mostrarle. Solo pensar en ello era como una puñalada en el estómago.
Nadie, nadie, debía quererla más que yo.
¿Pero lo peor?
Ella le devolvió el beso.
¿Por qué?
La pregunta se revolvió dentro de mí como ácido, devorando la poca paciencia que me quedaba.
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Quería destrozar a Nathan, reducirlo a nada. La única razón por la que no lo hice allí mismo fue porque mi plan aún no estaba bien definido. Y tenía que estarlo. Un solo paso en falso podría arruinarlo todo.
Me dejé caer en el sofá, con la cabeza entre las manos, tratando de estabilizar mi respiración. Ella le devolvió el beso.
El pensamiento se repetía, cada vez más fuerte, más enfadado, hasta que fue lo único que podía oír.
La frustración me invadió mientras subía las escaleras. Me quité la ropa y me puse algo más cómodo, aunque no sirvió para aliviar la tensión que se apoderaba de mí. Necesitaba comer, necesitaba dormir, pero el pensamiento de Raina me mantenía despierto.
Me perseguía.
Podía verla en cada rincón de la casa: en el comedor, tomando café, o sentada en el sofá con las piernas recogidas y un libro en las manos. Mi mente me jugaba malas pasadas, llenando el silencio con su risa, con su voz. Habían pasado años y seguía siendo lo único en lo que podía pensar.
Me metí en la cama y cerré los ojos con fuerza. Pero lo único que veía era la mano de Nathan en su cintura, sus labios sobre los de ella.
Cuando me desperté, no me sentía mejor. Mi cuerpo estaba agotado, pero mi mente estaba más despierta que nunca. Los recuerdos de aquel beso seguían atormentándome, despertando en mí unos celos amargos que no podía controlar.
Por derecho, ese debería haber sido el momento de marcharme. Ahora me estaba engañando abiertamente, besando a otro hombre mientras seguía siendo legalmente mi esposa. Podría haberlo convertido en motivo de divorcio, haberlo utilizado en mi beneficio en los tribunales. Pero no quería venganza. La quería a ella.
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