Fácil fue amarla, difícil fue dejarla - Capítulo 978
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Capítulo 978:
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¿De qué lado estaba realmente? ¿O simplemente estaba jugando con ambos?
Su mente daba vueltas, salvaje y caótica, con mil miedos chocando contra ella a la vez. Le temblaban las manos y sentía un nudo en el estómago. Se tapó la boca con una mano, tratando de contener las náuseas que amenazaban con salir.
Su cuerpo no podía soportar lo que acababa de descubrir. El peso de esa traición era demasiado para ella.
En ese momento, el teléfono de Stella sonó, alto y estridente en el silencio.
Lo sacó como si estuviera en piloto automático, con los ojos fijos en la pantalla. Un número desconocido parpadeaba ante ella.
Deslizó el dedo para contestar, con los dedos rígidos, y de inmediato, la voz chirriante de Marc se derramó por el altavoz, engreída y burlona. «¿Ya has encontrado su anillo, Stella? No nos lo estábamos inventando, ¿eh? William lo escondió muy bien, ¿verdad…?»
Le colgó inmediatamente, como si la llamada en sí le repugnara.
Le temblaban las manos mientras bloqueaba el número sin dudarlo. Ni siquiera tuvo que pensarlo: no quería volver a oír esa voz repugnante nunca más.
Aún nerviosa, volvió a colocar con cuidado el anillo en su caja, la cerró y la guardó en su sitio en la estantería, tratando de borrar todo el momento, como si nunca hubiera ocurrido.
Regresó a su habitación aturdida, se dejó caer sobre la cama y se acurrucó, abrazándose con fuerza.
Su cuerpo temblaba y una extraña sensación de frío la invadió, aunque no hacía frío.
No sabía cuánto tiempo estuvo allí tumbada antes de oír cómo se abría la puerta del estudio y los pasos de William por el pasillo. Al no encontrarla en la sala de estar, se dirigió a su dormitorio. La puerta estaba entreabierta y, cuando llamó, se abrió de par en par. Enseguida la vio acurrucada en la cama.
Frunció ligeramente el ceño y entró.
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Extendió la mano, con preocupación reflejada en el rostro. —Stella, ¿qué pasa? ¿Te encuentras bien?
Parecía distraída desde que salieron de la cafetería.
En cuanto su mano se acercó, Stella se estremeció, como si la hubiera quemado. Su mano se quedó suspendida en el aire, indecisa entre querer consolarla y ser rechazada. El aire de la habitación se volvió denso, envuelto en un silencio tenso.
William la miró, sorprendido. No tenía ni idea de qué había hecho para que ella reaccionara así.
Stella mantuvo la cabeza gacha, evitando su mirada. Su voz era baja y monótona. «Estoy bien. Solo cansada, eso es todo».
William la miró durante un largo momento, como si intentara ver a través del muro que ella había levantado de repente. Pero al final, no insistió. Simplemente dijo con suavidad: «Está bien. Descansa un poco. Mañana tengo buenas noticias que contarte».
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