Fácil fue amarla, difícil fue dejarla - Capítulo 954
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Capítulo 954:
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No había memoria USB. No había papeles. No era lo que ella había imaginado. En su lugar, había viales de vidrio sellados, con etiquetas tan descoloridas que eran prácticamente ilegibles. El líquido que contenían brillaba con un tono azul suave e inquietante. Era espeluznante. Pero incluso sin las etiquetas, ella sabía exactamente lo que estaba viendo: muestras de toxinas en bruto, tal y como describía el archivo.
Junto a los frascos había un delgado cuaderno de laboratorio. La letra era clara, elegante… pero afilada. Y familiar. Era exactamente igual que la de su madre.
A Stella se le hizo un nudo en el estómago. Tragó saliva y lo abrió, deslizando el haz de luz de la linterna por las páginas mientras lo ojeaba. Cuanto más leía, más pálida se ponía. Ahora le temblaban las manos.
El cuaderno contaba toda la historia: cómo su madre había descubierto que el grupo utilizaba el almacén para realizar horribles ensayos en vivo con la toxina. Página tras página detallaba su miedo, su culpa, la guerra interna sobre qué hacer… y, finalmente, la decisión de robar muestras y huir.
La última entrada estaba fechada exactamente una semana antes de que su madre fuera perseguida y asesinada.
Las últimas líneas del cuaderno estaban garabateadas con una letra temblorosa, como si la autora apenas pudiera sostener el bolígrafo. Solo con leerlas, Stella sintió en el estómago el miedo y la desesperación que debió sentir su madre.
«Me han obligado. Tengo que entregárselo a alguien en quien confío. No puedo dejar que lo consigan. Esto nunca debería haber salido a la luz. Todos mis errores…».
¿Ellos?
¿Quiénes demonios eran «ellos»?
¿Era la banda de Alonzo? ¿O había alguien más en el juego, alguien a quien Stella aún no había descubierto?
Frunció el ceño, confundida, y se quedó paralizada mientras su cerebro intentaba asimilarlo todo. Fue entonces cuando ocurrió: un silbido agudo rasgó el aire. Demasiado rápido para reaccionar. Luego vino el pinchazo. Justo en el cuello. Se sintió como la picadura de un insecto, pero el ardor fue instantáneo: primero calor y luego un extraño entumecimiento.
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Se llevó la mano a la garganta y se dio la vuelta. En lo alto, una figura envuelta en negro, con el rostro enmascarado, se deslizó de nuevo entre las sombras del segundo piso.
Alguien había estado allí todo el tiempo.
Había esperado. La había observado leer todo el diario. Y luego atacó, a propósito. Las sirenas resonaban en su mente. Intentó gritar, pero era como si tuviera la garganta llena de algodón. Lo único que salió fue un débil y ahogado gemido. La mareó un vértigo. La caja metálica y el cuaderno se le resbalaron de las manos y cayeron al suelo con estrépito.
Tambaleándose hacia atrás, Stella buscó el spray de pimienta en su bolsillo, pero sus dedos no le respondían, los sentía como de goma.
La sombra se acercó. Silenciosa como la muerte. Ahora estaba cerca. Su único ojo visible era frío como el hielo. Sin emoción. Solo la miraba fijamente como si fuera una presa. El pánico le oprimía el pecho mientras veía cómo él recogía la caja y el diario.
Luego, lenta y deliberadamente, sacó una daga de aspecto siniestro de su cinturón.
No estaba allí solo por el diario. Estaba allí para acabar con ella.
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