Fácil fue amarla, difícil fue dejarla - Capítulo 276
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Capítulo 276:
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William se había marchado hacía unos treinta minutos, pero no había dicho adónde iba.
Estirándose con rigidez, se levantó y pensó que debía decirle que volvía a su dormitorio.
Afortunadamente, el instituto de investigación estaba cerrado ese día; de lo contrario, se habría enfrentado a un día entero de trabajo con ojeras y temblando por la cafeína.
—¿William? —llamó en voz baja, mirando a su alrededor—. ¿Sigues en casa?
Al no obtener respuesta, se dirigió hacia el dormitorio principal.
Llamó a la puerta, pero esta se abrió sola con un chirrido.
—¿William? —volvió a llamar, entrando en la habitación. Y entonces se quedó paralizada. En el cuarto de baño, con la puerta abierta de par en par, estaba William, sin camiseta, a medio cambiarse.
Se le cortó la respiración.
Dio un paso atrás rápidamente, con el corazón a mil, pero tropezó con el armario que tenía detrás. Una botella hizo ruido al caer al suelo.
Se giró para cogerla a tiempo, con las manos ligeramente temblorosas. Cuando volvió a levantar la vista, William ya se había vestido y se acercaba a ella con su habitual indiferencia.
No esperaba verla, pero no se inmutó.
—¿Necesitabas algo? —preguntó con tono tranquilo, casi divertido.
Ella intentó hablar, pero ya se le había encendido la cara.
—N-no. Solo… te habías ido un rato y pensé que debía decirte que me voy».
Él se acercó. «Stella», dijo, bajando la mirada hacia sus mejillas sonrojadas. «¿Por qué te estás sonrojando?».
Las burlas de William hicieron que sus mejillas ardieran aún más, sobre todo después de haberlo interrumpido mientras se cambiaba, otra vez. Deseaba que el suelo se la tragara.
¿Por qué siempre tenía tan «suerte» con estos encuentros incómodos?
Todo sigue su curso en ɴσνєℓα𝓼4ƒ𝒶𝓷.𝒸𝑜𝓂
—No me estoy sonrojando. Es que aquí dentro hay mucho aire viciado —protestó, tratando de mantener la dignidad, pero solo consiguiendo divertir aún más a William.
Su risa profunda y aterciopelada resonó en la habitación, envolviéndola y haciendo que su pulso se acelerara.
Cada respiración parecía impregnada de su sutil aroma a madera, y el calor de su presencia despertaba un calor confuso bajo su piel. Si no escapaba, podría llegar a arder.
Apretando los dientes, le dio un ligero empujón. —Ya te he hecho la propuesta. Si no hay nada más, me voy. ¡Adiós!
Salió disparada de su dormitorio sin mirar atrás.
Pero incluso más tarde, tumbada en su propia cama, no podía borrar de su mente la vívida y persistente imagen de William con el torso desnudo.
Sin previo aviso, su corazón comenzó a latir con fuerza en su pecho y, antes de que pudiera entenderlo, un fino hilo de sangre le corrió por la nariz.
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