Fácil fue amarla, difícil fue dejarla - Capítulo 182
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Capítulo 182:
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«En serio. ¿Comparten el mismo paladar? Es una señal. ¡Son el uno para el otro, garantizado!», dijo Sharon, empujando a Stella lo justo para que se inclinara ligeramente hacia William.
Sorprendida, Stella se enderezó y miró a Sharon con severidad. «Sharon, por favor, deja de leer esos artículos falsos de Internet». Era ridículo.
Sharon, imperturbable, se volvió hacia William y arqueó una ceja. «¿Usted cree en esas cosas, señor?».
William esbozó una sonrisa divertida.
No respondió, pero la forma en que se rió hizo que Stella quisiera desaparecer.
Era su jefe. Su salario dependía literalmente de ese hombre. Si pensaba que ella tenía alguna extraña fantasía romántica en la oficina, ¿la despediría?
Se sonrojó y quiso desaparecer.
Pero Sharon siguió adelante. «Entonces, señor… ¿qué tipo de mujeres le gustan? ¿Qué opina de mi amiga…?».
«¡Sharon!», la interrumpió Stella antes de que pudiera terminar, con voz tensa. «Se nos está enfriando la comida».
Bajo la mesa, tiró de la manga de Sharon y le lanzó una mirada de advertencia. «Basta. No digas ni una palabra más. Es mi jefe».
«¿Jefe?», preguntó Sharon, parpadeando.
Stella le susurró: «Sí, así que no digas nada imprudente».
Sharon sabía que era mejor no insistir, así que se limitó a arquear una ceja y guardar silencio. Sin embargo, a juzgar por cómo se comportaban los dos, no podía evitar la sensación de que había algo más.
Una vez que sirvieron los platos, volvieron a la comida. La conversación se desvaneció en un silencio tranquilo y agradable.
Cada vez que William visitaba este lugar, los sabores parecían despertar fragmentos de su infancia, nostálgicos y familiares, como si lo transportaran al pasado.
Comer aquí se había convertido en una especie de ritual tranquilo. Y con cada visita, traía consigo una pequeña esperanza escondida en lo más profundo de su corazón.
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Habían pasado innumerables años y visitas, pero aún no había vuelto a ver a la chica de antaño, aquella cuyo pequeño gesto había cambiado silenciosamente el curso de su vida.
Sin su presencia en aquel entonces, no estaba seguro de en qué tipo de persona se habría convertido.
A pesar de todos sus intentos a lo largo de los años, ella seguía estando fuera de su alcance, como un nombre susurrado al viento, imposible de rastrear.
Mientras tanto, Marc estaba de pie al borde de la acera, con sus relucientes zapatos negros golpeando rítmicamente el suelo.
El cielo nublado colgaba bajo, con promesa de lluvia, coincidiendo perfectamente con la pesadez que nublaba su estado de ánimo.
Observó el animado gentío del restaurante, el aire zumbaba como en un pequeño mercado callejero. Tenía ese encanto antiguo, pero le irritaba.
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