Fácil fue amarla, difícil fue dejarla - Capítulo 145
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Capítulo 145:
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Insinuó que debería ser sincero sobre su orientación; aunque fuera incómodo, al menos Nathalia dejaría de verla como una rival. Stella no tenía intención de seguir haciendo de señuelo. Los celos, especialmente los de una mujer, podían volverse peligrosos. ¿Quién podía predecir a qué recurriría Nathalia si la confusión persistía?
¿Podría calificarlo como accidente laboral y pedirle una indemnización a William?
William frunció el ceño. —¿De qué estás hablando?
Stella parpadeó, sorprendida de que él siguiera fingiendo. —¿En serio? Ya no es un tabú. La gente es mucho más tolerante hoy en día. Creo que la Sra. Fuller lo aceptaría sin problemas.
Su intento de explicación solo sirvió para confundirlo más.
—No tengo ni idea de lo que estás intentando decir. Quédate ahí, voy a llamar al médico. —Sin decir nada más, salió de la sala.
Stella se quedó sola en la sala de tratamiento, exhaló y negó con la cabeza. Al parecer, ni siquiera alguien como William era capaz de abrirse. Dada su posición, quizá admitir que prefería a los hombres le resultaba más vergonzoso que perder prestigio en un acuerdo comercial.
Bueno, si él no estaba preparado para ser sincero, ella no veía sentido en continuar la conversación.
Al poco rato, William regresó acompañado de un médico.
Tras examinar la herida, el médico la limpió y desinfectó con cuidado.
—Manténgala seca durante los próximos días —le aconsejó—. Deje que se forme una costra antes de darse un baño completo.
Stella le dio las gracias educadamente y regresó a la villa.
Exhaló un largo suspiro y se dejó caer en el sofá.
William, inusualmente amable por una vez, la miró y dijo: —No tienes que preocuparte por cocinar durante los próximos días. Su rostro se iluminó al instante.
—¿Vas a volver a tu casa? —¿Era por fin su oportunidad?
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Pero su expresión se ensombreció en cuanto ella habló. —No. He dicho lo que he dicho: no tienes que cocinar. No voy a ir a ningún sitio.
¿De verdad tenía tantas ganas de que se marchara? La idea le irritó y su humor empeoró.
—Entonces… ¿pedimos algo para llevar? —preguntó ella, esbozando una débil sonrisa para aliviar la tensión.
En esa casa, ella era la única que sabía preparar una comida decente. Pero pedir comida a domicilio no era una opción descartable.
«¿No está Rita?», respondió él.
Stella se quedó paralizada, preguntándose si había oído mal. ¿Acababa de sugerir que Rita cocinara? ¿La misma Rita que solo era capaz de pelar y lavar verduras? ¿La que, incluso después de múltiples intentos, seguía sirviendo huevos con trozos de cáscara? ¿Estaba dispuesto a arriesgar su estómago?
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