Ese príncipe es una chica: La compañera esclava cautiva del malvado rey - Capítulo 875
✨ Nuevas novelas cada semana, y capítulos liberados/nuevos tres veces por semana.
💬 ¿Tienes una novela en mente? ¡Pídela en nuestra comunidad!
🌟 Únete a la comunidad de WhatsApp
📱 Para guardarnos en tus favoritos, toca el menú del navegador y selecciona “Añadir a la pantalla de inicio” (para dispositivos móviles).
Capítulo 875:
🍙 🍙 🍙 🍙 🍙
Tenía las manos y los pies atados. Las ataduras, impregnadas de toxinas, le robaban las pocas fuerzas que le quedaban.
No podía cambiar. No podía huir. No podía luchar.
¿Y la gente? Era implacable.
«¡Escoria!
«¡Diablo malvado!»
«¡Que tu alma se pudra en los nueve infiernos!».
Su odio era un coro, tan ardiente como el sol que caía sobre él.
Cada paso le recordaba lo bajo que había caído: de gran señor a esto, un hombre encerrado en una jaula y expuesto al escarnio público.
Zaiper nunca había elegido la muerte a la ligera. Pero esta vergüenza pública era mucho peor.
Una mujer se abalanzó sobre la línea de guardias. «¡Te merece la justicia del pueblo!», gritó, escupiéndole.
La saliva le golpeó la mejilla, caliente y con olor a bilis.
Zaiper intentó gruñir, mostrar los colmillos. Pero lo único que salió fue un gruñido débil y entrecortado.
Estaba demasiado débil. Hambriento. Desangrado. Agotado más allá de lo imaginable.
Los soldados lo rodeaban por todos lados, protegiéndolo de los peores ataques, pero la barrera entre el orden y el caos era muy delgada. Ya dos veces la multitud había intentado abalanzarse sobre él durante esta miserable procesión, y ahora otra esperaba más adelante.
«¡Entregádnoslo!».
—¡Entregadlo!
«¡Merece morir gritando!».
Solo disponible en ɴσνєℓα𝓼4ƒα𝓷.𝒸ø𝓂 sin censura
«¡Atrás!», gritó un soldado, tratando de contener la marea.
Pero entonces sucedió.
Un objeto duro golpeó la espalda de Zaiper con un crujido brutal, y el dolor le recorrió la columna vertebral. Luego vinieron los puños. Las botas. Las garras. Cayó al suelo y se abalanzaron sobre él como una manada de lobos.
No se oyeron gritos, solo jadeos ahogados y gruñidos guturales. No podía gritar. No podía respirar. No podía moverse.
Saboreó su propia sangre. Oyó el inconfundible crujido de las costillas rompiéndose bajo una pisada salvaje. Quería gritar, exigir a los soldados que hicieran su maldito trabajo. Pero había perdido la voz. La había perdido.
¿Acaso ese grupo de idiotas estaba intentando ayudarlo? No lo parecía.
Un momento después, le echaron agua sucia encima. Pero estaba hirviendo. Asquerosa.
.
.
.