Ese príncipe es una chica: La compañera esclava cautiva del malvado rey - Capítulo 871
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Capítulo 871:
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Vladya tomó la mano de Aekeira y le susurró palabras de ánimo sin cesar.
Daemonikai sujetó a Emeriel con más fuerza mientras esta se abalanzaba hacia ella, con el cuerpo desgarrado por el esfuerzo y los gritos guturales.
«¡Muy bien, princesa, otra vez!».
Y lo hicieron.
Una y otra vez.
Dos hombres —guerreros, gobernantes, depredadores— se convirtieron en espectadores indefensos mientras la batalla más feroz que jamás habían presenciado se libraba ante ellos. Una lucha a vida o muerte. Sangre y aliento.
Entonces… un grito. Un grito desgarrador, primitivo.
Daemonikai levantó la cabeza de golpe cuando la comadrona sonrió, levantando un pequeño bulto ensangrentado. «Tienes un niño precioso, Su Excelencia».
Mi hijo.
La alegría estalló en el pecho de Daemonikai. Sonrió tanto que le dolió.
La adrenalina aún corría por sus venas, y la euforia ahogaba cualquier pensamiento coherente.
«Aquí tiene». La comadrona se puso de pie, con los ojos llenos de lágrimas, y colocó con delicadeza al niño en sus brazos. Sonrió como si acabara de presenciar un milagro, porque así era.
Las manos de Daemonikai temblaban mientras sostenía a su hijo. Emeriel parecía demasiado agotada para hablar, pero sus ojos nunca se apartaron de la pequeña vida que acababan de crear. Su hijo.
Lo has conseguido. Lo has conseguido, mi estrella más brillante. Ya está aquí.
Entonces, otro grito desgarrador resonó en la habitación.
La comadrona de Aekeira sonrió radiante, sosteniendo en sus brazos a una pequeña recién nacida que lloraba. —¡Su Majestad, tiene un hijo!
Vladya abrió la boca en una expresión de sorpresa que se convirtió en una sonrisa salvaje.
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Sus manos temblaban mientras alcanzaba al niño. Él y Aekeira lo miraron como si estuvieran viendo las estrellas por primera vez.
Besó la frente húmeda del bebé. «Gracias… por este regalo».
Daemonikai se encontró con la mirada de Vladya. Ambos sonrieron y parpadearon con fuerza.
La emoción pasó entre ellos con una mirada que no necesitaba palabras.
Emeriel miró a su hermana. —Lo hemos conseguido, Keira.
«Lo hemos conseguido», suspiró Aekeira. «De verdad».
Pero un momento después, Emeriel se movió, inquieta. «Daemon… algo no va bien…».
—¡Hay otro! —jadeó la comadrona—. ¡Ya viene! ¡Princesa, empuje!
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