Ese príncipe es una chica: La compañera esclava cautiva del malvado rey - Capítulo 856
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Capítulo 856:
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«Señor», fue la respuesta.
Pasó un momento y luego su voz cambió. Distante. Resonante. Como si recitara una profecía.
«Dentro de cuatro lunas… cuando caigan los últimos brotes y llegue la primera helada… la luna eclipsada volverá a salir sobre Urekai».
Zaiper contuvo el aliento. «Excelente. Ahora puedo prepararme como es debido».
«¿Con qué ejército te prepararás, Zaiper?», preguntó la voz.
«Vampiros», dijo Zaiper con deleite. «¡Tengo tantos planes! Los haré caer de rodillas».
Sinai intentó mantenerse despierta, pero su cuerpo volvía a apagarse.
Las drogas aún se aferraban a su sangre como la niebla. Sus párpados cayeron, más pesados que la piedra.
Cuando su cabeza se inclinó hacia adelante y la oscuridad la envolvió una vez más, un último pensamiento cruzó su mente.
Él pagará por esto. Me aseguraré de ello.
Los carruajes reales se detuvieron.
Los soldados desmontaron rápidamente y formaron un círculo protector alrededor del carruaje principal cuando se abrió la puerta. El rey Daemonikai salió el primero y su presencia capturó inmediatamente la atención de la multitud reunida.
Un instante después, se asomó al interior.
Emeriel colocó la palma de su mano sobre la de él, y él la ayudó a bajar con mucho cuidado.
A su alrededor estallaron vítores. Los aldeanos mantuvieron una distancia respetuosa, acordonados por los guardias, pero su alegría era innegable: amplias sonrisas, voces que se alzaban en celebración.
En señal de alabanza, las manos se agitaban detrás de las barricadas.
Habían viajado a una pequeña aldea rural en Urai, donde el Oráculo estaba recibiendo tratamiento. La noche anterior, les habían dicho que el Oráculo había comenzado a sanarse por sí solo. Uno de sus huesos rotos se había curado durante la noche.
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Cuando Daemonikai recibió la noticia, ordenó que se tocara la campana al amanecer. La gente se había reunido en la plaza del pueblo, desesperada por recibir buenas noticias, y él se las dio.
Los vítores ya no eran solo para él, sino para la esperanza.
Emeriel parpadeó rápidamente, abrumada por la emoción que le llenaba el pecho. Ella, como muchos otros, había temido que el Oráculo nunca volviera a levantarse. Que su vida se viera truncada por el sacrificio que había hecho para revelar la traición de Zaiper. Pero ahora, allí estaban. Y la alegría reinaba una vez más en la tierra.
Detrás de ella, el gran lord Vladya ayudó a Aekeira a salir del segundo carruaje. El gran lord Ottai le siguió, ayudando a su compañera vinculada. Juntos, los gobernantes y sus consortes se volvieron…
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