Ese príncipe es una chica: La compañera esclava cautiva del malvado rey - Capítulo 820
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Capítulo 820:
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Emeriel lloró en silencio, sintiendo de nuevo el placer en su interior, con el corazón desbordado, como una copa llena hasta el borde.
Él se movía más rápido, pero seguía siendo suave; diferente de su habitual rudeza, pero no menos intenso. Ella sentía cada una de sus embestidas y se rindió, dejándose llevar por las olas de su amor y su cuerpo.
En algún momento, Daemonikai los cambió de posición. La acostó de lado, colocándose detrás de ella y acunando su vientre con su mano grande y cálida. Emeriel giró la cabeza y sus labios se encontraron en un beso lento.
Esto. Esto era todo lo que había anhelado. Esta cercanía, esta sensación de pertenencia… esta conexión sagrada.
No podía expresar con palabras lo que sentía en su pecho, así que pronunció las únicas palabras que podía.
—Te amo —susurró Emeriel—. Te amo tanto, Daemonikai.
A medida que el clímax se acumulaba, empujándola al límite, dejó escapar un grito entrecortado mientras oleadas de placer la invadían, reclamando su alma y calentando su corazón.
Sus dedos se curvaron, sus manos se aferraron a las sábanas mientras cabalgaba sin pausa sobre el éxtasis que él le proporcionaba.
Él gimió en su cuello, derramándose profundamente dentro de ella, un calor que se extendió por todo su ser. Eso desencadenó otra liberación y ella gritó, sorda y ciega al mundo que la rodeaba, excepto por él. Solo él.
En algún lugar de esa neblina, sintió que él la movía de nuevo, ajustando su posición.
Cuando el rugido en sus oídos se desvaneció y volvió en sí, se dio cuenta de que algo había cambiado.
Algo… era diferente.
Permaneció inmóvil, parpadeando, con la respiración entrecortada.
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—¿Da-Daemon? —Su tono era suave e incierto.
Detrás de ella, su cuerpo se había puesto rígido. El brazo que rodeaba su vientre temblaba, ligeramente. No respondió.
Pero ella lo sintió.
Su alegría. Su asombro. Su abrumadora gratitud.
Su pregunta tácita: «¿Es esto real?».
Emeriel sintió sobre todo su amor. Puro, genuino y vasto. Podía sentirlo.
Todo. Cada parte de él. Ya no había escudos, ni barreras.
«Siento tu placer. Tu felicidad», dijo Daemonikai con voz ronca, jadeando mientras sus ojos…
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