Ese príncipe es una chica: La compañera esclava cautiva del malvado rey - Capítulo 817
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Capítulo 817:
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«Todavía no. Espera», ordenó Alviara, secándose el sudor de la frente. «Mírate… qué sexy estás». Deslizó la mano por el hombro de Emeriel hasta la pronunciada curva de su pecho…
Un gruñido amenazante atravesó el aire y vibró en el interior de Emeriel, haciéndola gemir.
La cortesana retiró la mano bruscamente, haciendo un puchero. —Es codicioso —dijo, exasperada pero divertida—. Si te vuelvo a tocar, mi cabeza podría acabar al otro lado de la habitación mientras mi cuerpo permanece aquí, a tu lado. —La mirada ardiente de Alviara se posó en los labios de Emeriel—. Me centraré en lo que se me permite.
Volvió a atacar la boca de Emeriel. Este beso fue más profundo, lleno de hambre y posesión, arrastrándola hacia abajo.
Con su amante silenciando su voz, Emeriel no tenía dónde descargar el éxtasis que recorría su cuerpo tembloroso mientras Daemonikai la adoraba allí. Su orgasmo se intensificó, creciendo más y más hasta alcanzar su punto álgido.
Apartó los labios de los de Alviara y gritó. Un grito que se hizo más fuerte a medida que su placer aumentaba.
«Joder, qué sexy», la voz entrecortada de Alviara sonaba lejana, pero sus ojos devoraban a Emeriel como un halcón.
Emeriel quería esconderse, no ser vista en ese estado de vulnerabilidad, pero entre el placer abrumador que Daemonikai le estaba proporcionando sin remordimientos y la timidez persistente… solo una fuerza ganó, y no fue la modestia.
Se inclinó hacia delante, le agarró el pelo con fuerza y tiró de él. —Daemon… oh… por favor… —Su voz temblaba, al igual que sus muslos abiertos bajo su implacable agarre—. Por favor, oh, dioses, Daemon.
Su boca siguió explorándola sin piedad, lamiéndola con la lengua, chupándola con los labios, dejando escapar gruñidos salvajes. Él lamía y gemía, deleitándose con ella como un hombre poseído, y su cuerpo lo soportaba todo.
Derrotada por el torrente de placer, su cabeza se estrelló contra la cama mientras se cubría los ojos con una mano. No le quedaba más remedio que aguantar, con el cuerpo temblando con cada implacable lametazo de su lengua, cada succionazo decadente y penetrante. Va a ser mi muerte.
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Un paño suave le limpió el sudor de la frente y el susurro de Alviara le rozó la oreja. «Eres tan sexy… ¿He sido demasiado brusco?».
Por fin, él aminoró el ritmo. Aflojó el agarre de sus muslos, convirtiéndolo en un tierno colchón. Su lengua se volvió suave, casi apologética, dejando un rastro de besos relajantes a lo largo de su pobre y expuesto centro.
Poco a poco, el alma de Emeriel regresó a su cuerpo. Había sido una experiencia extracorporal, pero…
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