Ese príncipe es una chica: La compañera esclava cautiva del malvado rey - Capítulo 810
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Capítulo 810:
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Permanecieron dentro de los muros de la fortaleza, adentrándose en una parte apartada de la vasta ciudadela, una que Emeriel nunca había visitado antes. Este ala estaba reservada exclusivamente para los gobernantes reales. La mampostería era más antigua, la arquitectura grandiosa y sombría, como si perteneciera a una época aún más antigua.
Pasaron por debajo de una pasarela cubierta enmarcada en madera oscura y entraron en lo que parecía ser un anexo. Soldados discretos se encontraban por todo el recinto y varios trabajadores Urekai se movían en silencio realizando sus tareas.
La condujeron por un pasillo largo y silencioso hasta llegar a la puerta al final.
Wegai se inclinó profundamente y abrió la puerta sin decir palabra.
Se sintió nerviosa, pero tras respirar hondo, entró en la penumbra de la estancia.
Las sombras la envolvieron como un cálido manto, pero podía sentir su presencia. Entonces, un destello de llama brotó cuando las velas cobraron vida, disipando la oscuridad. Y allí estaba él.
Daemonikai descansaba en un sillón reclinable, vestido con una bata holgada. Tenía la túnica desabrochada, dejando al descubierto la amplitud de su pecho y la línea marcada de su clavícula. Su cabello oscuro caía suelto a su alrededor como un velo de seda.
«Hola, estrella radiante», dijo en voz baja.
La mirada de Emeriel recorrió la habitación, decorada con una ternura que la conmovió profundamente. Las velas parpadeaban por todas partes y las rosas rojas estaban esparcidas por la cama en un hermoso y salvaje desorden, llenando el aire con su aroma. El ambiente era tierno y romántico.
Su cuerpo brillaba desde dentro. «Mi rey», dijo con voz cargada de emoción.
Daemonikai se levantó de la silla y se acercó a ella. La rodeó lentamente y con deliberación, como un amante, como un depredador, antes de detenerse frente a ella. Sus manos encontraron su cintura y la atrajo suavemente hacia él.
—Esta noche, en esta habitación, volverás a sentirme —dijo con voz grave. Sus ojos reflejaban un profundo anhelo y, al mismo tiempo, ternura—. Borraré ese recuerdo de tu mente, mi amor, y lo sustituiré por otros más dulces que nunca te abandonarán.
Emeriel contuvo el aliento y asintió con entusiasmo. Lo deseaba con todo su ser.
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Pero en lo más profundo de su ser, algo se retorcía con ansiedad. ¿Y si no funcionaba? ¿Y si volvía a fallar?
Daemonikai le levantó la barbilla con la mano. — . Esta noche quiero que despejes tu mente y te concentres solo en mí. —Le acarició suavemente la mandíbula con el pulgar—. Y… he traído ayuda.
¿Ayuda?
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