Ella se llevó la casa, el auto y mi corazón - Capítulo 625
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Capítulo 625:
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Si no fuera por su fuerza de voluntad, las lágrimas habrían brotado de sus ojos y vuelto a nublarle la vista.
—Feliz cumpleaños —dijo Freya con voz suave, llena de sentimientos encontrados. Su expresión la tomó claramente por sorpresa.
Sus palabras hicieron que un destello de calor atravesara el frío de su pecho. Él la miró fijamente, como si intentara memorizar cada detalle de su rostro.
Tras una pausa larga y cargada, murmuró con voz ronca y baja: «Gracias».
Sus miradas se mantuvieron fijas y el mundo a su alrededor se disolvió momentáneamente en silencio.
Finalmente, Kristian salió del coche.
El suave golpe de la puerta al cerrarse sonó como el final de algo. Como el caer de un telón. Freya arrancó.
Al salir del aparcamiento, bajó la ventanilla. La ráfaga de aire frío la devolvió a la realidad y la ayudó a recomponerse.
Así que eso era lo que se sentía cuando alguien que lo había sido todo para ti finalmente te pedía perdón.
Pero cuando lo peor ya había pasado, las disculpas empezaban a perder su poder. La vida seguía adelante. En cuanto al pasado, Freya ya había hecho las paces con él.
A partir de ese momento, lo dejó atrás por completo.
Freya podía haberlo hecho, pero Kristian no.
Se sentó en silencio en el asiento trasero, con los ojos cerrados, repasando mentalmente cada momento que acababa de transcurrir.
Ella le había dicho «Te perdono» y «Feliz cumpleaños».
Y sus ojos, que antes habían estado llenos de calidez, ahora solo transmitían una calma definitiva, como de despedida.
Gerard no tenía ni idea de lo que había pasado. Lo único que sabía era que Kristian estaba pasando por un mal momento. No bromeaba como de costumbre, ni decía nada hiriente.
El silencio duró aproximadamente media hora antes de que sonara el teléfono de Gerard.
Miró la pantalla. Era Liam.
Contestó. «Hola».
«¿Mi hermano sigue en el trabajo?», preguntó Liam. Gerard miró a Kristian en el asiento trasero y respondió con su tono habitual: «Ha surgido un imprevisto, algo urgente. Puede que tarde otra hora».
«De acuerdo», respondió Liam. «Dile que se dé prisa. Todos estamos esperando».
«Vale».
«Por cierto».
«¿Sí?
«¿Le pasa algo?», preguntó Liam con un tono de preocupación poco habitual. A pesar de las bromas, Kristian seguía siendo su hermano mayor. «Cuando le llamé antes, no parecía él mismo».
—Probablemente esté agotado —Gerard cubrió a su jefe sin pestañear—. Lleva desde por la mañana trabajando sin parar y no ha comido nada.
—Entonces no te entretendré. Deja que termine y que se vaya a casa —dijo Liam. Conocía bien a Gerard: siempre era él quien le recordaba a Kristian que comiera, que descansara, que se cuidara. Entonces, ¿qué podía estar reteniéndolo así?
Después de colgar, Gerard silenció su teléfono.
Miró a Kristian, que parecía estar sangrando en silencio por dentro, y dijo: —Sr. Shaw, solo le queda una hora más.
—Conduce —dijo Kristian con voz ronca.
Si solo fuera Liam, quizá lo habría hecho esperar. Pero sus padres lo estaban esperando. No podía hacer que todos lo esperaran.
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