Ella se llevó la casa, el auto y mi corazón - Capítulo 412
✨ Nuevas novelas cada semana, y capítulos liberados/nuevos tres veces por semana.
💬 ¿Tienes una novela en mente? ¡Pídela en nuestra comunidad!
🌟 Únete a la comunidad de WhatsApp
📱 Para guardarnos en tus favoritos, toca el menú del navegador y selecciona “Añadir a la pantalla de inicio” (para dispositivos móviles).
Capítulo 412:
🍙 🍙 🍙 🍙 🍙
Mientras tanto, después de que Alan y Toby salieran, Gerard no pudo contenerse. —Señor, ¿cree que el Sr. Briggs realmente siente algo por usted? —Definitivamente había notado la forma en que Alan no dejaba de mirarlo durante la reunión.
—No —respondió Kristian con frialdad, con el rostro impasible.
Gerard parecía intrigado. ¿Cómo podía estar tan seguro Kristian?
—Supongo que es primo de Freya —dijo Kristian, pensando que su corazonada probablemente era acertada—. Seguramente ya sabe lo del divorcio.
—¿Primo?
Gerard parecía genuinamente sorprendido.
—¿Seguimos con lo de cenar más tarde? —preguntó Gerard, con voz llena de incertidumbre.
En su mente, Kristian, que en su día había herido profundamente al primo de Alan, debería sentir el peso de esta invitación a cenar como una trampa tendida por el destino. Era como entrar directamente en la boca del lobo.
Cuando Kristian finalmente habló, con la mirada turbulenta, apenas velada por una apariencia tranquila, respondió: «¿Por qué no?». Su voz se mantuvo firme.
A pesar de saber que estaba entrando en territorio hostil, donde el rencor de Alan bullía bajo la superficie, Kristian tenía razones de peso para enfrentarse a la prueba. Alan no era cualquiera, era pariente de Freya, la única persona a la que Kristian no podía permitirse enfadar.
Media hora más tarde, el secretario de Alan ultimó los detalles de la cena y acompañó a Kristian al restaurante.
Freya se quedó en silencio junto a la puerta, siguiendo con la mirada cómo se alejaban.
Al caer la tarde, los planes de Freya dieron un giro inesperado. Justo cuando se disponía a marcharse a casa, sonó su teléfono. Era Winslow Álvarez, su abuelo materno, invitándola a visitarlo. Winslow, un hombre de gran influencia y una historia compleja, siempre había proyectado una larga sombra sobre su vida.
Desde que eran niños, no había mostrado más que amabilidad hacia ella y Ethel, siempre paciente, siempre atento, como un abuelo cariñoso de los que se leen en los cuentos. Si no hubiera descubierto la verdad —que él había presionado a su madre para que aceptara un matrimonio concertado, frío y sin amor—, habría seguido conservando la imagen de un anciano cálido y amable que no le hacía ningún mal.
Tras enviar un breve mensaje a Ethel para informarle del cambio de planes, Freya fue recogida por un conductor enviado personalmente por Winslow.
Cuando llegó, el cielo ya se había teñido de un intenso color índigo: eran las siete de la tarde.
La velada transcurrió en el ambiente familiar e íntimo del comedor de Winslow, donde la historia y el presente se mezclaron durante una tranquila cena que compartieron solo ellos dos.
Cuando terminó la cena, Winslow la invitó a dar un paseo por el jardín, con las manos entrelazadas a la espalda y caminando sin prisa.
Freya se dio cuenta de que no era solo para tomar el aire, sino que tenía algo en mente.
Mientras paseaban, Winslow, que ya había superado los ochenta, rompió el silencio con voz suave y cálida. —He oído que has estado fuera de Alerith estos dos últimos años, viviendo en Jeucwell y casándote. —Sus ojos, arrugados en las comisuras, transmitían auténtica curiosidad y preocupación.
Freya respondió con franqueza, en tono ligero y sin reservas. —Sí, así es.
—¿Y cómo te trataba? —preguntó Winslow, su expresión suavizándose.
.
.
.