Ella se llevó la casa, el auto y mi corazón - Capítulo 396
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Capítulo 396:
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Aunque ambos padres tenían sus propios amores, se rindieron al peso de la tradición, y su resistencia no fue más que un susurro contra la tormenta. Y así se casaron, dos desconocidos bajo el mismo techo, aprendiendo a convivir mientras anhelaban a otra persona. Esperaban aguantar hasta poder separarse en silencio.
Pero el destino, siempre caprichoso, tenía otros planes. El divorcio les fue imposible y, al cabo de tres años de convivencia forzada, nació Freya.
Con su llegada, algo cambió. Decidieron criarla con cuidado, decididos a no dejar que la historia escribiera su destino como había hecho con el de ellos. Querían que tuviera una infancia en la que el amor, aunque fuera fingido, se sintiera real.
Y en eso tuvieron éxito.
En cuanto a Hugh y Cheryl…
Tres años antes, Cheryl se había visto envuelta en una pesadilla: atrapada en un matrimonio envenenado por la violencia. En su momento más oscuro, recurrió a Hugh, un destello de su pasado que esperaba que pudiera salvarla.
Hugh la ayudó a encontrar un abogado, pero mantuvo las distancias.
Ahora tenía una familia y las brasas de su antiguo amor se habían apagado hacía tiempo. Lo que le ofrecía no era romance, sino una compensación por una juventud perdida por culpa del destino.
Cheryl acabó divorciándose. Y entonces, la madre de Freya cayó gravemente enferma.
Hace dos años, falleció.
Solo tres días después del funeral, Hugh, sumido en el dolor, buscó consuelo en la bebida y se despertó junto a Cheryl. Freya lo vio con sus propios ojos. Una cruel trampa tendida por la familia de Cheryl, que creía que Hugh aún sentía algo por ella después de haberla ayudado a escapar de su pasado abusivo. Freya le había preguntado una vez: «¿Por qué recurriste al alcohol?».
Hugh respondió: «Tu madre y yo pasamos décadas juntos. Aunque quizá no hubiera amor entre nosotros, sí había compañerismo. Y con el tiempo, eso se convierte en un vínculo especial».
En ese momento, algo cambió silenciosamente dentro de Freya.
Se dio cuenta de que estar juntos no siempre florecía del amor. No recordaba cómo había conseguido ducharse o meterse en la cama después. Todo era una nebulosa.
Mirando al techo, su mente se llenó de recuerdos de sus padres, momentos envueltos en calidez que, para ella, siempre habían parecido amor. La ternura de su padre, su preocupación cuando su madre estaba enferma… eso no podía haber sido una ilusión.
¿Cómo no iba a ser amor?
—¿Mina? —La voz de Ethel llegó con un golpe en la puerta—. ¿Estás dormida?
Freya se recompuso, se levantó y se plantó delante del espejo, alisándose el rostro para parecer tranquila antes de abrir la puerta.
—¿Qué pasa? —preguntó con su tono cálido y firme de siempre.
—¿De qué habéis hablado papá y tú? —Ethel se quedó en el umbral, percibiendo el sutil cambio en el estado de ánimo de Freya—. Me ha dicho que viniera a ver cómo estabas, a hablar de corazón.
—Nada serio.
—Sí
—No me lo creo —intentó sonsacarle una sonrisa—. A menos que me lo demuestres con una sonrisa de verdad.
Freya sonrió a pesar de sí misma y le revolvió el pelo a Ethel con cariño. Luego, recordando la conversación anterior, añadió: —Si papá quiere casarse con ella, déjale. Es su vida. No debemos interferir.
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