Ella se llevó la casa, el auto y mi corazón - Capítulo 362
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Capítulo 362:
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—¡Melvin! —La voz de Gerard se elevó bruscamente, con un tono de desesperación.
—Ahora están divorciados, lo que significa que Freya está oficialmente disponible —dijo Melvin con firmeza, en tono firme y resuelto—. Y como está soltera, tengo todo el derecho a ir tras ella.
Gerard lo miró con recelo. —Mi jefe quiere arreglar las cosas con ella.
Melvin se burló, entrecerrando los ojos. —¿Y a mí qué me importa?
—Ya sabes cómo es: cuando se empeña en algo, no se echa atrás —señaló Gerard, tratando de parecer tranquilo, pero con un tono de advertencia en la voz—. Si vas en serio tras la señorita Briggs, él tiene mil maneras de manteneros separados.
Melvin apretó la mandíbula con obstinación y pronunció sus últimas palabras con convicción. —No voy a ceder. Si tu jefe tiene algún problema con eso, que venga a verme él mismo.
Gerard dudó, con las palabras atascadas en la garganta, mientras la figura de Melvin se perdía entre las sombras del pasillo. La decisión pesaba sobre él.
Melvin, obstinado hasta la médula, era un hombre de convicciones inquebrantables una vez que tomaba una decisión.
Sin embargo, la lealtad de Gerard hacia su jefe lo enredaba en un nudo de indecisión. Atrapado entre la firmeza de su amigo y la autoridad de su jefe, Gerard luchaba con sus emociones contradictorias.
Después de darle mil vueltas a la cabeza, finalmente sacó su teléfono y marcó el número de Kristian.
Su lógica era sencilla: dado que Melvin no tenía intención de dar marcha atrás, lo único inteligente que podía hacer era avisar a Kristian. De esta manera, no habría tácticas desleales, solo un campo de batalla justo para ambos.
Mientras tanto, Kristian seguía encerrado en la oficina, trabajando hasta altas horas de la noche cuando sonó su teléfono. Estaba estudiando detenidamente el contrato que había firmado Chaz, con los dedos golpeando el borde del documento y frunciendo el ceño con cada línea que leía. El Grupo Briggs había conseguido un acuerdo demasiado generoso, una ganga en comparación con sus contratos habituales.
Kristian levantó la vista y entrecerró los ojos al fijar la mirada en Chaz y Richie, que estaban de pie, tensos, frente a su escritorio. —¿Alguien puede explicarme cómo se ha aprobado este contrato? —preguntó con voz baja pero aguda, mientras los miraba fijamente.
Antes de que ninguno de los dos pudiera reaccionar, el repentino zumbido del teléfono de Kristian rompió la tensión que se había creado. Echó un vistazo a la pantalla: el nombre de Gerard parpadeaba con urgencia. Con una sensación de aprensión, Kristian respondió a la llamada. Conocía lo suficiente a Gerard como para saber que una llamada a esas horas significaba problemas.
«¿Qué pasa?», preguntó Kristian con voz tensa.
«Malas noticias», respondió Gerard, con voz cargada de renuencia.
La irritación de Kristian aumentó. El día ya había sido arruinado por una desastrosa negociación de contrato, y ahora el tono grave de Gerard se sumaba a su creciente frustración. —Suéltalo —exigió con brusquedad.
—La señorita Briggs está en una cita —informó Gerard tras un profundo suspiro, con palabras lentas y pesadas. Por un momento, Kristian estuvo seguro de haber oído mal. ¿Una cita? La idea resonó extrañamente en su mente.
A pesar de su incredulidad, la pregunta se le escapó. —¿Con Trent Seymour?
—No.
—Entonces, ¿con quién? —insistió Kristian, con la curiosidad despertada a pesar de su enfado.
—Con mi amigo Melvin Swain. —La voz de Gerard tembló ligeramente al pronunciar el nombre.
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