Ella se llevó la casa, el auto y mi corazón - Capítulo 248
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Capítulo 248:
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Al otro lado, la situación de Farrah se estaba volviendo desesperada. Felipe se había dado cuenta de su intento de huida.
La mantenía encerrada en el coche, con el teléfono apagado y fuera de su alcance.
—¿Pensando en escapar? —La voz de Felipe era fría y su mirada penetrante mientras le apretaba la muñeca con fuerza.
Esta traición era inesperada.
Justo la noche anterior, Farrah había prometido cumplir con sus exigencias y abortar. Sin embargo, a sus espaldas, había comprado en secreto un billete de avión para escapar mientras él estaba ocupado en el trabajo.
«¡Suéltame!», gritó Farrah, desesperada. La abrumadora diferencia de fuerza física hacía que sus intentos parecieran casi patéticos.
Felipe no aflojó el agarre y dio una orden escalofriante a su asistente. «Conduce. Tenemos que llegar al hospital ahora mismo». Su voz cortó el aire tenso como una navaja.
Sin dudarlo, el asistente arrancó el motor y dirigió el vehículo hacia el hospital.
El paisaje se difuminaba por las ventanillas, marcando su rápida salida del aeropuerto. A su lado, el corazón de Farrah latía con fuerza contra su pecho, y una tumultuosa ola de pánico y terror se apoderaba de ella.
La sola idea de lo que le podría pasar a su bebé la helaba hasta los huesos. Interrumpir el embarazo era algo que no podía aceptar.
—Felipe, si me obligas a abortar, ¡nunca te lo perdonaré! —Las lágrimas corrían por sus mejillas enrojecidas, y sus ojos eran un testimonio ardiente de su determinación.
Felipe, sin embargo, parecía indiferente a sus súplicas. Simplemente la sujetó con más fuerza, asegurándose de que permaneciera firme a su lado, con sus movimientos severamente restringidos.
El trayecto en coche se hizo interminable, prolongándose durante una hora agotadora hasta que la fachada del hospital se alzaron ante ellos.
La resistencia de Farrah alcanzó su punto álgido cuando se negó a salir, con sus instintos gritándole la cruda realidad que le esperaba más allá de las puertas del coche.
Felipe le lanzó una mirada, con una fugaz sombra de renuencia en el rostro. Aun así, se mantuvo firme y la sacó del coche con una fuerza inquebrantable.
Su voz era baja, en un intento de ocultar la tormenta que se avecinaba en su interior. «Pórtate bien, Farrah. Tu salud no está en condiciones de tener un hijo ahora. Si realmente deseas una familia, podemos considerarlo una vez que te hayas recuperado».
«Solo quieres deshacerte de este bebé porque dudas de que sea tuyo, ¿no es así?», insistió Farrah, con la voz quebrada por la emoción y la muñeca dolorida por el férreo agarre de él. «¿Por qué inventas esas excusas?», exigió, con la mirada penetrante.
La respuesta de Felipe fue tajante, con un claro tono de advertencia.
—¡Basta!
La mirada de Farrah ardía con un desafío inquebrantable.
Los pasillos del hospital estaban inquietantemente silenciosos, lo que amplificaba la gravedad de la situación. Dada la identidad de Farrah, Felipe había orquestado meticulosamente este momento, sin escatimar ningún detalle.
No perdió tiempo en darle explicaciones a Farrah; simplemente hizo una señal a los médicos que esperaban y se la entregó con frialdad.
Se movieron con precisión mecánica, ignorando los frenéticos forcejeos de Farrah y las lágrimas que corrían por su rostro.
Su resistencia era conmovedora, pero inútil.
La llevaron a la fuerza hacia el quirófano, despojada de cualquier medio para pedir ayuda o alertar a las autoridades.
Impotente, ni siquiera podía proteger a su propia hija de lo que estaba por venir.
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