El requiem de un corazón roto - Capítulo 943
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Capítulo 943:
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«Espera un momento», gritó, con una voz que atravesó el silencio como un gancho.
Yvonne se detuvo a mitad de las escaleras y se dio la vuelta lentamente.
Él estaba de pie cerca de la puerta, con una corbata azul marino colgando de la mano. Cuando sus miradas se cruzaron, la levantó ligeramente con una sonrisa de satisfacción.
«Ayúdame». Su voz rezumaba malicia, disfrutando claramente de la reacción de ella al oír el título.
«Hazlo tú mismo. Me da igual si te la pones o no». Su voz era gélida y ni siquiera se molestó en mirarlo mientras le daba la espalda.
Sin inmutarse, Norton habló con ligereza. —Qué graciosa. He oído que este mes vence tu préstamo. No me gustaría que un pequeño retraso hiciera las cosas… incómodas.
Yvonne se quedó paralizada a medio paso, apretando los puños a los lados. Se obligó a mantener la compostura, apretando tanto la mandíbula que le dolía.
Algún día, cuando su familia estuviera libre de deudas, convertiría todos los billetes en monedas y se los tiraría en la cama, quizá incluso le lanzaría algunas a su cara de satisfacción mientras lo hacía.
Apretando los dientes, respiró hondo y se tragó su orgullo como si fuera cristales rotos. Se dio la vuelta y bajó las escaleras con paso firme, deteniéndose justo delante de él.
Sin previo aviso, lo agarró por el cuello y lo tiró hacia abajo hasta ponerlo a su altura. Sus dedos enroscaron la corbata alrededor de su cuello y la tiraron con fuerza hasta hacer un nudo torcido sin el menor cuidado. —Ya está. Todo listo. Ahora lárgate.
Se dio la vuelta, se precipitó hacia la puerta y la abrió de un tirón como si lo estuviera echando.
Norton miró el nudo torcido y soltó una risita. —Supongo que por hoy pasará.
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Luego se inclinó hacia ella, con el aliento cálido en su oído, y le susurró: «No te olvides de esta noche».
Yvonne lo empujó con fuerza, casi haciéndolo perder el equilibrio, y espetó: «¡En tus sueños!».
La puerta se cerró de un portazo y ella soltó un suspiro. Ni loca iba a ir a cenar con él.
Una vez que por fin se deshizo de él, subió corriendo las escaleras y se dejó caer en la cama para echarse una merecida segunda siesta.
Las horas pasaron volando y, antes de que se diera cuenta, el reloj marcaba el mediodía.
Después de comer algo rápido, se acurrucó con su portátil.
Revisó blogs del sector y sitios web de portfolios, estudiando revistas y el tipo de empleados que les gustaban. Las horas se difuminaron mientras se perdía en los detalles.
Una vez terminada la cena, volvió a la pantalla, con los dedos tecleando con silenciosa determinación.
Su bandeja de entrada llevaba horas sonando sin parar, pero ya ni se inmutaba.
El rechazo se había convertido en su nueva normalidad, gracias por eso, Norton.
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