El requiem de un corazón roto - Capítulo 864
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Capítulo 864:
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Rachel lo observaba atentamente, con la mirada aguda y preocupada. Últimamente había notado cambios sutiles: su postura, la lentitud con la que comía. Era como si algo estuviera cambiando silenciosamente, poco a poco, de una forma que ella no lograba entender.
—Allan, ¿te encuentras bien? —Su voz era suave, pero llena de preocupación mientras observaba sus movimientos tensos.
Allan negó con la cabeza, a punto de hablar, pero entonces se le resbaló el tenedor.
Alban se apresuró a recogerlo, pero Rachel estaba totalmente concentrada en Allan. Sus ojos se agrandaron al ver que le temblaba violentamente la mano y que el tenedor se le resbalaba de nuevo, y sintió un nudo en el estómago.
—¡Allan! —Su voz era urgente, con la mirada fija en él—. Dime la verdad, ¿me estás ocultando algo?
Allan contuvo el aliento, con el rostro ensombrecido por el conflicto. No se atrevía a pronunciar el cruel nombre de la enfermedad, no soportaba decírselo en voz alta. En lugar de eso, se levantó bruscamente y se dirigió en silencio hacia la ventana, dándole la espalda como si intentara escapar de su mirada.
Rachel sintió un nudo en el pecho y se volvió hacia Alban, con los ojos suplicantes. —Alban, por favor, dímelo.
Alban dudó, el peso de sus palabras flotando en el aire.
La frustración de Rachel estalló. Golpeó la mesa con el tenedor y se levantó bruscamente. —Quiero la verdad. Deja de ocultarme cosas. Odio que me engañen.
Alban permaneció en silencio durante un largo momento, con la mirada fija en ella, antes de meter la mano en su bolso. Con un suspiro, le entregó una gruesa pila de documentos.
Rachel se quedó mirando la pila de documentos, invadida por una fría ola de pánico. «¿Qué es todo esto?».
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Alban bajó la mirada y su voz se llenó de tristeza. «El señor Vance está enfermo, y es mucho más grave de lo que pensábamos. Estos son los documentos que detallan su estado».
Habiendo sido testigo del impacto de la enfermedad tanto en Jeffrey como en ella misma, Rachel sintió una punzada de angustia al pensar que alguien más a quien quería podría enfermar. Parecía que el destino tenía una forma cruel de atormentarla, ya que las personas más cercanas a ella eran siempre las que sufrían.
«¿Es grave?». Su voz estaba cargada de preocupación mientras hablaba, y cada palabra la sumía más en el temor.
Alban permaneció en silencio, con la mirada baja.
La paciencia de Rachel se agotó y su voz se volvió más insistente. —Dígame, por favor, ¡dígame la verdad!
—Su enfermedad es genética, hereditaria en su familia. Se conoce como ELA, esclerosis lateral amiotrófica.
La voz de Alban titubeó ligeramente mientras explicaba. «Es una enfermedad progresiva que ataca las células nerviosas del cerebro y la médula espinal, lo que provoca debilidad muscular y, finalmente…».
El corazón de Rachel se hundió mientras intentaba asimilar la gravedad de sus palabras.
Sintió que se le oprimía el pecho al ver imágenes de Allan pasar por su mente: él incapaz de moverse, su cuerpo, antes tan fuerte, traicionándolo mientras estaba sentado en una silla de ruedas, su cabeza…
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