El requiem de un corazón roto - Capítulo 851
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Capítulo 851:
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Volvió a levantar la maleta, pero justo cuando llegaba a la puerta, el timbre sonó con fuerza desde el otro lado.
Yvonne, vestida de negro y con un aspecto inusualmente serio, se apresuró a entrar.
«Lo siento, cariño, Allan y yo nos vamos al extranjero a ver a Jeffrey».
Rachel levantó su maleta, pero antes de que pudiera avanzar más, Yvonne se adelantó y la detuvo con suavidad pero con firmeza.
«Yvonne», dijo Rachel, confundida. «¿Qué es lo que pasa? Hoy también estás rara».
La voz de Yvonne se quebró, cargada de emoción.
«Tú… no necesitas…»
A Rachel se le aceleró el corazón al oír sus palabras. Se giró bruscamente y el pánico se apoderó de su pecho.
«¿Qué quieres decir con que no necesito ir? ¿Por qué?» Su respiración se aceleró.
«He estado pensando en Jeffrey constantemente. Hace mucho que no lo veo. Puede que esté enfadado conmigo. Aunque digas que ese lugar está prohibido y que nadie debe molestarlo, no entraré. Sólo… observaré desde lejos».
Pero Yvonne seguía agarrando con fuerza la maleta de Rachel, sin soltarla.
«Rachel, lo siento. No me he explicado bien antes», dijo Yvonne, con voz vacilante. «Déjame intentarlo de nuevo…»
Respiró hondo, luchando por estabilizarse.
«Jeffrey no está en el extranjero. Eso fue una mentira que te hemos estado diciendo. No está allí».
A Rachel se le cortó la respiración. El pánico la invadió, pero luchó por contenerlo. Apretando los puños, exigió: «Entonces dime. ¿Dónde está?»
Yvonne se dio la vuelta, las lágrimas resbalaban por su rostro, pero permaneció en silencio, incapaz de responder.
A Rachel se le apretó el pecho al darse cuenta. Conocía bien a Yvonne y el silencio, las lágrimas… todo era demasiado. Se le quebró la voz cuando se volvió hacia Allan, desesperada por obtener respuestas.
«Allan, por favor… dime. ¿Dónde está mi hermano? Mi hermano, mi Jeffrey, ¿dónde está?» Se agarró a su camisa, sus dedos temblaban como los de una persona que se ahoga buscando seguridad. «Por favor, dímelo. Todavía está aquí, ¿verdad? No importa si está en un hospital, en una residencia, donde sea… Lo aceptaré».
Allan la abrazó con fuerza, pero sus palabras fueron un golpe cruel.
«Rachel, siento no habértelo dicho antes. Pero Jeffrey no llegó ese día».
El tiempo pareció congelarse.
A Rachel se le doblaron las rodillas y se quedó sin fuerzas, como si le hubieran quitado el aire.
Sin el apoyo de Allan e Yvonne, se habría derrumbado al suelo y su mundo se habría hecho añicos a su alrededor.
En ese momento, Rachel comprendió algo que nunca antes había sabido: cuando una persona estaba en lo más bajo, el dolor era tan agudo que no salían lágrimas, no se escapaban gritos. Era un silencio asfixiante, de esos que se lo tragan todo.
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