El requiem de un corazón roto - Capítulo 795
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Capítulo 795:
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Así que fue Allan. A pesar de que tuvo que salir primero, se aseguró de arreglar las cosas para garantizar su seguridad.
A través de la neblina del alcohol y el ardor de estómago, Rachel sintió un calor acogedor en el corazón.
Intercambiaron algunas palabras más y Rachel se marchó con Samira. La mujer las miró marcharse, meneando la cabeza y dejando escapar un profundo suspiro. «Ay, algunas personas se vuelven cobardes cuando se trata del amor». Esto no hizo más que reafirmar su decisión de permanecer soltera y sin ataduras.
¿Quién iba a pensar que el gran Brian White, conocido por sus decisiones estratégicas y precisas en el mundo de los negocios, se resistiría a la perspectiva de revelarse a la mujer que amaba?
Samira estaba ayudando a Rachel a salir del edificio cuando un camarero se abalanzó sobre ellas. «¡Señorita Marsh, espere por favor! Alguien me pidió que le diera esto».
Rachel abrió el paquete y encontró un montón de medicamentos para la resaca y antiácidos.
«¿También fue el Sr. Vance?», preguntó.
El camarero se limitó a sonreír y no dijo nada.
Cuando entraron en la calzada, un coche se detuvo delante de ellos. El conductor asomó la cabeza, comprobó su nombre y los llevó a casa.
La enfermedad de Allan se prolongó más de lo esperado.
A la mañana siguiente, Rachel se despertó y decidió llamarle para darle las gracias por haberla atendido el día anterior.
Pero en lugar de Allan, contestó Alban. «Sra. Marsh, me aseguraré de pasar su mensaje al Sr. Vance exactamente como usted dijo. No hay necesidad de preocuparse!»
«De acuerdo.
Sin embargo, pasaban los días y Allan seguía sin aparecer por la empresa. Rachel volvió a llamar, pero cada vez era Alban quien lo cogía.
«Alban, sé honesto conmigo. ¿Le pasa algo a Allan?»
Alban se puso rígido. Se volvió hacia Allan, pidiendo en silencio que le guiara.
«Es lista. Si seguimos ocultándolo, se dará cuenta de todos modos. Sólo díselo».
«El señor Vance ha estado enfermo y en el hospital estos últimos días», admitió finalmente Alban.
A Rachel se le encogió el corazón. Sin dudarlo, presionó: «Por favor, envíame la dirección».
Después de delegar sus tareas, corrió directamente al hospital. Encontró a Allan en la cama, pálido y agotado, con los labios sin color.
Sin embargo, en cuanto la vio, una débil sonrisa se dibujó en sus labios. «Rachel, estás aquí.»
Rachel tenía una docena de cosas por las que quería reñirle: por no cuidarse nunca, por ser siempre tan cuidadoso con los demás y tan imprudente con su propia salud. Pero al verlo así, todas esas reprimendas se desvanecían, dejando sólo la preocupación.
«No te muevas, quédate quieta». Rachel frunció el ceño, su mirada aguda con preocupación. «¿Cómo has acabado tan enferma?».
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