El requiem de un corazón roto - Capítulo 678
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Capítulo 678:
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Cuando llegó, el médico levantó la vista de sus expedientes. «¿Son familia de Rachel?»
Jeffrey se tragó el nudo que tenía en la garganta y asintió. «Sí. Soy su hermano».
«¿Tiene algún otro pariente?»
Jeffrey sacudió la cabeza con determinación. «Soy el único que tiene». El médico dudó un momento, luego se ajustó las gafas y suspiró. Al final, optó por decir la verdad.
Treinta minutos más tarde, Jeffrey salió corriendo de la consulta del médico y se dirigió directamente a la escalera.
En el oscuro y húmedo hueco de la escalera, donde nadie podía verle, por fin se soltó. Le temblaron los hombros y se derrumbó, sollozando incontrolablemente.
Insuficiencia renal… Cáncer…
Más allá de eso, los términos médicos se confundían, cosas que ni entendía ni quería entender.
En cuclillas, sus dedos se clavaron en el cuero cabelludo, todo su cuerpo temblaba. ¿Por qué? ¿Por qué tenía que ser Rachel? ¿Por qué el destino era tan despiadado con la única persona que ya había soportado tanto? No era justo.
De repente, todo encajaba. La forma en que siempre le decía que se cuidara… no era un consejo casual.
No me extraña que le empujara a buscar trabajo, a valerse por sí mismo.
Era porque ella había sabido, mucho antes que él, que tal vez no estaría para cuidarle mucho más tiempo.
Sus lágrimas se detuvieron, sólo para comenzar de nuevo. Una y otra vez, en un ciclo interminable de dolor. Nadie estaba allí para consolarlo, sólo podía soportar el dolor solo.
Cuando el suave resplandor de la mañana se filtró a través de las cortinas, Rachel abrió los ojos.
Inmóvil, sus pestañas temblaban mientras se obligaba a levantar los pesados párpados.
Jeffrey, que había estado velando en silencio a su lado, se incorporó de un salto. «Rachel», llamó suavemente, con la voz cargada de emoción.
A través de la bruma borrosa, captó una pizca de luz. Lentamente, su vista se ajustó hasta que pudo distinguir los rasgos familiares de su hermano.
Una leve y cansada sonrisa se dibujó en sus labios, débil pero suficiente para aliviar la tormenta que asolaba su corazón.
«Estás despierta», soltó Jeffrey, con la voz llena de alivio.
Con gran esfuerzo, finalmente habló, su voz apenas por encima de un susurro. «Debes haber estado muy preocupada por mí».
«¡Por supuesto!» Jeffrey le agarró la mano con fuerza. «Pero sabía que nunca me dejarías. Jamás».
«No lo haré», respondió Rachel con firmeza, con los ojos llenos de seguridad.
Su mayor temor era que Jeffrey descubriera la verdad sobre su enfermedad y no pudiera soportarlo.
Ahora, cuando pensaba que él aún no sabía la verdad, se quitaba un peso de encima.
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