El requiem de un corazón roto - Capítulo 433
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Capítulo 433:
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Sin perder un segundo, le apartó la mano de nuevo, con un destello de asco en los ojos. «He dicho que no me toques».
Ya está. Su expresión se torció de ira.
Se abalanzó sobre ella, le agarró la muñeca con una mano y la barbilla con la otra. Su voz destilaba crueldad. «¿Quién te crees que eres? Haciéndote la poderosa. Tú te lo has buscado».
Su muñeca estaba atrapada por él, sin escapatoria a la vista.
Pero nunca había sido de las que se someten sin luchar.
Sin dudarlo, hundió sus dientes profundamente en su carne.
«¡Argh! Pequeño…», gritó, con la cara contorsionada por la agonía.
Natalia no aflojó. En todo caso, mordió más fuerte, como si la pura fuerza pudiera tallar su desafío en su carne.
«¡Maldita sea, suéltame! He dicho que me sueltes», rugió, sacudiendo el brazo con violencia en un intento de soltarse.
Pronto, la sangre comenzó a gotear de la mano del hombre, haciendo la escena aún más aterradora.
Antes de que se diera cuenta, otros apartaron a Natalia a la fuerza.
Pero en cuanto se liberó, el hombre la abofeteó con fuerza en la cara: una, dos, tres veces seguidas. Su visión se nubló y el mareo se apoderó de ella, dejándola aturdida y desorientada.
Pero a pesar del zumbido de sus oídos, su mente seguía siendo muy aguda. Levantó la cabeza, miró fijamente al hombre y le dijo: «A menos que me mates y borres todo rastro, te arrepentirás de esto».
Se burló, con voz burlona. «Sigue soñando. Estás loco».
«¿Loco? Eso ya lo veremos».
El hombre se miró la mano herida y frunció el ceño. «Maldita sea, qué mala suerte. Llévatela. Yo me encargaré de ella una vez que arregle esto».
Natalia fue empujada a una furgoneta por algunos de los hombres, mientras el resto escoltaba a su líder herido hasta el hospital.
Mientras la furgoneta avanzaba por la carretera, Natalia vio una oportunidad.
Cogió el teléfono con la esperanza de hacer otra llamada, pero la pantalla seguía en negro. Batería agotada.
Tragó saliva.
El miedo le atenazó la garganta, pero lo rechazó.
No se hacía ilusiones. Sabía que nadie vendría a salvarla.
Su única oportunidad era que el herido tardara en volver.
Cuando Raquel abrió los ojos, lo primero que vio fue a Andrés.
«¿Sr. Garrett?» murmuró, sobresaltada.
«¿Sorprendido de verme?», bromeó.
«¿Sinceramente? Sí. No estaba segura de despertarme». Desde niña, había albergado un profundo miedo al agua, así que en el momento en que se cayó, pensó que se había acabado.
«Por suerte para ti, llegué a tiempo».
«No puedo agradecértelo lo suficiente. Sin ti, dudo que estuviera aquí para ver otro amanecer».
«No hables así. Descansa, mañana veremos juntos el amanecer».
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