El requiem de un corazón roto - Capítulo 1157
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Capítulo 1157:
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Yvonne se quedó paralizada, mirando fijamente a la multitud reunida cerca de la entrada lateral, sin saber qué hacer.
Justo cuando se decidía a darse la vuelta y marcharse, alguien entre la multitud la vio.
«¡Es ella!», gritó la persona. «¡Es Yvonne!».
Todas las cabezas se volvieron hacia ella. En un instante, la multitud se abalanzó hacia adelante, con los ojos ardientes de ira.
«¡Así que tú eres Yvonne! ¿Tú eres la que está trastornando la industria de las revistas?».
«¿A cuántas personas has manipulado hasta ahora?».
Yvonne negó con la cabeza, tratando de defenderse. «Yo nunca…».
Pero sus palabras se ahogaron entre los gritos furiosos. Tropezó, luchando por mantener el equilibrio mientras la gente la rodeaba y la empujaba hacia el centro.
Algunos no pudieron resistirse a ponerle las manos encima, empujándola con rudeza hasta que cayó al suelo.
«¡Zorra manipuladora!».
«¡Eres una plaga en la industria!».
«¡Stylist Magazine está destruyendo la industria!».
«¿Por qué no desapareces?».
Sus insultos repugnantes resonaban en los oídos de Yvonne con voces estridentes y penetrantes. Instintivamente, se encogió sobre sí misma y se tapó los oídos, incluso cuando los dedos la señalaban desde todas las direcciones.
Pero la multitud no tenía intención de ceder. Más bien al contrario, sus gritos se hicieron más fuertes y su ira más feroz.
La visión de Yvonne comenzó a nublarse. Un zumbido agudo llenó su cabeza y la realidad empezó a distorsionarse, mezclándose con recuerdos reprimidos.
Se transportó al momento en que su familia había quebrado, cuando había sido expulsada, empujada y maldecida por los acreedores de su padre.
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«¡Paga, Yvonne! ¡Asume la responsabilidad de los errores de tu padre!».
«¡Si no pagas, te haremos pagar las consecuencias!».
Los rostros que la habían rodeado en el pasado eran ahora igual de amenazantes, exigiendo su sangre.
«Os lo pagaré», murmuró Yvonne aturdida, con lágrimas corriendo por su rostro. «Por favor, no me hagáis daño…».
Su voz era tan débil que apenas se oía. Se sentía completamente impotente y ni siquiera sabía qué había hecho mal.
A pocos metros de distancia, Margie intentaba desesperadamente abrirse paso entre la multitud, pero era inútil. Su ansiedad aumentaba con cada segundo que pasaba.
«¡Yvonne! ¡Yvonne!», seguía gritando, pero su voz se perdía en el caos.
Entre la multitud había varios periodistas, que disparaban sus cámaras frenéticamente para capturar la escena como buitres rodeando a su presa.
Margie se interpuso delante de uno de ellos. «¡Dejen de hacer fotos! ¡He dicho que paren!». Pero, una vez más, nadie la escuchó.
Apretando los dientes, Margie sacó su teléfono y llamó a la policía.
No tardaron mucho en oírse las sirenas en la calle y entrar en el edificio agentes armados que ordenaron a todo el mundo que se dispersara.
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