El requiem de un corazón roto - Capítulo 1156
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Capítulo 1156:
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«¿Te vas? ¿Quieres que te acompañe?», le preguntó con delicadeza.
Ella le dedicó una sonrisa suave y agradecida. Sabía que solo intentaba ayudarla. Asintió con la cabeza y salieron de la oficina juntos.
Una vez más, Ethan la condujo por la entrada lateral. Antes había comprobado que los manifestantes seguían agolpándose en la puerta principal.
Caminó con ella hasta su coche y se aseguró de que se subiera antes de arrancar.
Mientras se alejaban, Yvonne miró por la ventana. La multitud seguía allí, gritando, esperando. Una sensación de pesadez se apoderó de ella. Odiaba sentirse tan impotente.
Ethan se fijó en su expresión y sintió una punzada en el corazón.
—¿Has pensado en trabajar desde casa durante un tiempo? —le preguntó, tratando de parecer despreocupado.
Yvonne negó con la cabeza inmediatamente. —No, puedo manejarlo.
Por dentro, se obligó a mantenerse fuerte. Solo era una mala racha. Había pasado por cosas peores. No iba a dejar que esto la detuviera ahora.
Se volvió hacia Ethan y le dedicó una pequeña sonrisa. Él la miró, con preocupación escrita en el rostro.
Cuando llegaron a su casa, Ethan esperó a que ella entrara y se encontrara a salvo dentro. Incluso después de que se cerrara la puerta detrás de ella, se quedó allí un momento, mirando el lugar donde ella había estado.
Luego sacó su teléfono y hizo una llamada en silencio.
—Pon más seguridad de inmediato —dijo—. Y trata de dispersar a la multitud si puedes. Dio la orden sin pensarlo dos veces.
Tras colgar, marcó rápidamente otro número.
—Quita los temas de actualidad —dijo con voz firme y tranquila.
«Entendido», respondió de inmediato la persona al otro lado de la línea.
No pasó mucho tiempo antes de que el subordinado de Ethan volviera a llamar. «Tenemos un problema. Alguien está intentando mantener vivos los temas. Cada vez que eliminamos uno, aparece otro nuevo igual de rápido».
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«Averigua quién está haciendo esto», dijo Ethan, con tono severo y firme.
Miró en la dirección en la que se había marchado Yvonne, con el rostro tenso por la preocupación. Ella era impresionante en todos los sentidos: inteligente, capaz y segura de sí misma, pero a veces se esforzaba demasiado y nunca cedía.
Tras una breve pausa, escribió un mensaje. «¿Quieres que te lleve al trabajo mañana?».
Yvonne vio el mensaje y soltó una risa amarga y silenciosa. «Gracias, pero puedo arreglármelas sola».
No estaba dispuesta a depender de él ahora. Necesitaba valerse por sí misma.
Esa noche, siguió con su rutina habitual —cenó, limpió y se preparó para irse a la cama— como si nada fuera de lo normal hubiera pasado.
A la mañana siguiente, tomó un taxi para ir al trabajo, como solía hacer.
Pero cuando llegó, se le encogió el corazón: la multitud frente a la entrada principal seguía allí.
Y esta vez, incluso la entrada lateral estaba bloqueada.
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