El requiem de un corazón roto - Capítulo 1050
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Capítulo 1050:
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«¿Experiencia? ¿Tienes idea de cuántos beneficios ha aportado Yvonne a nuestra revista desde que se incorporó? ¿Y ahora me hablas de antigüedad y experiencia?». La voz de Morse se volvió seria.
Ethan, que había estado observando en silencio, intervino con autoridad. «En nuestra revista, el talento es lo primero. ¡Elegí a Yvonne por sus habilidades! Si alguien tiene algún problema con eso, puede hablar conmigo directamente». Con eso, la sala se quedó en silencio. Nadie se atrevió a volver a hablar.
Después de la reunión, Ethan se acercó a Yvonne para animarla. «¡Buen trabajo, Yvonne! ¡Sigue así! No dejes que los demás te afecten», le dijo.
Yvonne le dirigió una mirada agradecida.
Todo el equipo estaba en una nube: las buenas ventas significaban mayores bonificaciones para todos. Sin embargo, Rory y Malvina no parecían muy emocionados con la noticia.
Yvonne se acercó a sus escritorios y les preguntó: «Las bonificaciones se duplican este mes, ¿por qué caras tan largas?».
Rory parecía ansioso. «Hemos hecho un gran trabajo con los últimos números, pero ¿y si no podemos mantener este ritmo? ¿No sería el fin para nosotros?».
Malvina asintió con la cabeza, coincidiendo con las preocupaciones de Rory.
Yvonne se rió entre dientes. «¿Por qué preocuparse por el futuro? Las cosas podrían salir incluso mejor de lo que esperamos».
El resto del equipo bromeó, llamándoles preocupados.
Yvonne sonrió y regresó a su escritorio, lista para sumergirse en sus tareas.
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Con las ventas yendo bien y la dirección de buen humor, nadie tuvo que quedarse hasta tarde: todos se marcharon a la hora habitual.
Yvonne, que antes estaba preocupada por los problemas que podría causar Rory, ahora se sentía completamente relajada.
Salió de la oficina junto con los demás.
El ascensor estaba lleno y, para sorpresa de Yvonne, Morse también estaba allí.
Morse la miró con admiración. «¡Yvonne, eres increíble!».
Yvonne se sonrojó ligeramente y respondió: «Todo se lo debo a tus consejos». Los dos se rieron y charlaron mientras salían del ascensor.
De repente, alguien se interpuso en su camino.
Yvonne levantó la vista, sorprendida al ver a Heidi. Pero Heidi estaba irreconocible: pálida y agotada, muy lejos de la mujer elegante que solía ser.
Heidi lanzó una mirada llena de odio a Yvonne antes de empujarla para suplicarle a Morse: «¡Sr. Griffin, por favor, tiene que ayudarme! ¡No puedo permitirme perder este trabajo!».
Morse suspiró y negó con la cabeza. —No puedo hacer nada al respecto. Rompiste las reglas. Tu despido no depende de mí.
Heidi se derrumbó en el suelo, agarrándose a la pierna de Morse con desesperación. —¡Juro que no volveré a meter la pata! ¡Por favor, no puedo vivir sin este trabajo!
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