El gran regreso de la heredera despechada - Capítulo 707
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Capítulo 707:
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Clarissa apenas tuvo tiempo de percibir el cambio antes de soltar: «No, eso es…». La línea se cortó.
Se quedó mirando el teléfono, con el agudo pitido de desconexión taladrándole los oídos. Sus dedos se enroscaron alrededor del aparato y los nudillos se le blanquearon.
Desde el momento en que entró en la casa de la familia Holland y vio por primera vez a Corrine, supo que aquello nunca iba a ser un vínculo de hermandad. Eran rivales, estaban predestinadas desde el principio.
Y cuando Corrine había sido expulsada de la familia, despojada de su lugar y su título, Clarissa no había sentido más que alivio.
Sin Corrine, sólo ella podía reclamar el puesto de heredera legítima de la familia Holland. Ya no era un secreto oculto e indeseado. Ya no estaba obligada a preocuparse por lo que otros susurraban a sus espaldas. Pero ahora, con Dewey presionando por el regreso de Corrine, no podía evitar que las alarmas sonaran en su mente. Conocía bien a su padre desde muy joven.
Dewey Holland era un hombre que medía el valor en poder, no en sentimiento. La familia no significaba nada si no era útil. ¿Y desafiarlo? Eso era un juego sin recompensa.
Y así, Clarissa no tuvo más remedio que obedecer.
Respiró hondo, controló su expresión y entró en el salón.
«Papá, Corrine colgó. Dijo… dijo…»
«¿Qué ha dicho?» Dewey, reclinado en su silla, tiró la ceniza del cigarrillo al cenicero sin dedicarle una mirada.
Clarissa tragó saliva y apretó los labios.
«Dijo que no nos conoce bien».
Las palabras se asentaron como polvo en el silencio cavernoso de la sala.
El aire se espesó, presionando sus pulmones.
Entonces, Lewey soltó una risita. Un sonido grave y sin gracia.
«Todavía tan terco como siempre».
Su voz profunda transmitía un escalofrío inquietante, afilado como el filo de una navaja, que hizo que un escalofrío helado recorriera la espina dorsal de Clarissa.
Observó su expresión, buscando grietas en aquella máscara ilegible. Con cuidado, aventuró: «Corrine no ha olvidado lo que pasó. Probablemente no nos perdonará. No volverá a esta familia».
Por aquel entonces, Corrine había empujado a Nicola por las escaleras, un acto que le había costado a Dewey el hijo que tanto había deseado. En su ira, había estado a punto de acabar él mismo con Corrine.
Pero la lógica había detenido su mano.
En lugar de eso, se había conformado con algo igual de cruel. La había arrastrado a la gélida noche, la había desnudado hasta dejarla sólo en camisón y la había echado de la finca de los Holland como si fuera basura desechada. La nieve había sido implacable aquella noche, el frío mordaz y despiadado. Si había muerto, que así fuera. Habría sido la mano del destino haciendo justicia, y el espíritu de su hijo tendría su castigo.
Si hubiera sobrevivido… sólo significaría que el destino aún no había acabado con ella.
Lo que no esperaba era que la familia Ford apareciera de la nada y se llevara a Corrine sin mediar palabra.
Dewey había optado por la salida más sencilla: declarar que si Corrine se marchaba, ya no tendría nada que ver con la familia Holland y dejaría de existir como hija suya.
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