El gran regreso de la heredera despechada - Capítulo 65
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Capítulo 65:
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«¡No te irás!»
«¿Qué está pasando aquí?» La voz de Bruce se abrió paso entre la conmoción, calmada pero llena de autoridad.
Al acercarse, sus ojos se posaron en Corrine y, por un instante, su habitual compostura se quebró. Un destello de sorpresa iluminó su mirada.
Se había acostumbrado a verla con su característico traje negro de negocios, el tipo de vestuario que grita poder y precisión. Pero esta noche era una revelación vestida de azul real.
El color realzaba su fría elegancia, mientras que su pelo oscuro y sus labios carmesí añadían un toque de atractivo. No se trataba de una casualidad, sino de una declaración de independencia.
A su lado, Leah notó la chispa de distracción en los ojos de Bruce, y un escalofrío se instaló en su pecho. Sus dedos se cerraron en un puño a su lado antes de serenarse, deslizándose en el brazo de él con gracia practicada.
«Bruce», empezó con una sonrisa suave y desarmante, «qué casualidad encontrarme con Corrine aquí. Pensé que podríamos invitarla a unirse a nosotros. No te importa, ¿verdad?»
Como para subrayar su afirmación, Leah apretó con más fuerza la cintura de Bruce en un sutil pero inequívoco gesto de posesión.
Bruce parpadeó, volviendo al presente. Miró a Leah con un cariño que parecía demasiado fácil.
«Lo que tú decidas», respondió, con tono indulgente.
Corrine observó el intercambio, la ironía de todo aquello se asentó sobre ella como una niebla fría. Sus labios se curvaron en una sonrisa sardónica. Sin decir palabra, se dio la vuelta y comenzó a alejarse.
«¡Corrine!» La voz de Rita se alzó, aguda y chirriante.
«Te invitamos a cenar por amabilidad. Lo menos que podríais hacer es mostrar algo de gratitud».
Desesperada por tener la última palabra, Rita se lanzó hacia delante para bloquearle el paso una vez más.
«No llegarás lejos», se mofó.
«El restaurante Lonsong no es un restaurante barato donde cualquiera puede entrar. ¡Sin reserva, te echarán como si fueran las sobras de ayer!»
Corrine se detuvo. Su mirada, fría como un viento ártico, se clavó en la de Rita, congelándola en su sitio.
«Muévete».
Rita se quedó paralizada y sintió un apretón invisible en la garganta. Antes de que pudiera replicar, Corrine pasó a su lado y entró por las puertas giratorias del restaurante sin mirar atrás.
Desde la ventana del segundo piso, Nate observaba el desarrollo de la escena, con expresión ilegible. Sus dedos rozaron un ramo de rosas que había sobre la mesa antes de levantarse.
«Matías», dijo, con voz tranquila pero firme, «dile al encargado que cerramos por hoy».
«Sí, señor», respondió Matías, que ya se movía para cumplir la orden.
Abajo, Bruce, Leah y Rita llegaron a la entrada del restaurante, donde les esperaba un camarero educado pero firme.
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