El gran regreso de la heredera despechada - Capítulo 1374
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Capítulo 1374:
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Ese nombre otra vez: Sr. Hopkins. Lo pronunció como un escudo, trazando una línea entre ellos, empujándolo hacia atrás.
Cuando pasó junto a él, Nate la agarró del brazo. Con un solo movimiento, la atrajo hacia sí y la rodeó con los brazos por detrás.
La sujetaba con fuerza, demasiado fuerte. Sus brazos se aferraban desesperadamente a su cintura, como si pudiera mantenerla quieta el tiempo suficiente para que todo dejara de girar.
—Corrine, lo siento —le susurró al oído—. Por favor… no te enfades más, ¿vale?
Apoyó la barbilla en el hueco de su cuello, su aliento rozaba su piel y sus palabras sonaban ásperas como el humo. —Dime qué hacer. Haré lo que sea, solo dime cómo arreglar esto.
La ronquera de su voz se enroscó en sus oídos, haciéndolos vibrar.
Pero su abrazo era sofocante. Apenas podía respirar bajo el peso de sus brazos. Se movió, tratando de liberarse, pero sus movimientos eran vacilantes, suaves. No quería agravar su lesión.
Respiró hondo para calmarse. —Suéltame primero.
—No lo haré —gruñó Nate, con un abrazo obstinado y desesperado, como un niño haciendo una rabieta.
Conocía la natural frialdad de Corrine, el esfuerzo que le costaba derretir su corazón. Y ahora, debido a su secretismo, habían vuelto al punto de partida.
La culpa le revolvió las entrañas, más pesada que cualquier cosa que ella pudiera haberle lanzado.
Apretó la mandíbula, el silencio se prolongó mientras luchaba con sus pensamientos, y finalmente murmuró con voz ronca cerca de su oído: —No te conté lo de la herida porque…
—Porque temías que me preocupara.
Nate se quedó paralizado. Al no responder, ella soltó un suspiro de cansancio. —Siempre dices que lo sientes, pero ni siquiera entiendes por qué te disculpas. ¿No te parece ridículo?
Su calma era como hielo contra su piel: mesurada, distante, despiadada, como si lo estuviera provocando.
Nate instintivamente la atrajo hacia sí, ignorando el sordo latido en su pecho. —Entonces dímelo —suplicó con voz baja y entrecortada—. Dime por qué estás tan enfadada.
Corrine había esperado que hubieran superado eso. Que pudieran manejar los conflictos con madurez. Que su conexión significara más que disculpas superficiales.
Pero la evasividad de Nate, su silencio irreflexivo, se sentía como un muro que se cerraba entre ellos. Estaba harta de chocar contra él.
La furia que había estado conteniendo estalló, ardiente y aguda.
Respiró hondo, temblando por el esfuerzo de contenerse. —¿No es tu responsabilidad averiguarlo por ti mismo? ¿Siempre tengo que ser yo la que señale los problemas cuando hay alguno? Dime, Nate, ¿soy la única que mantiene esto en pie? ¿O es que ya no te importa? ¿Es tu forma de terminar sin tener que decirlo?
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