El gran regreso de la heredera despechada - Capítulo 1365
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Capítulo 1365:
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Con las manos vacías, Corrine levantó la cabeza y miró al cielo. Una sonrisa irónica se dibujó en sus labios. —De verdad… no es nada. Solo una pelea con mi prometido.
—¿Qué? —Kinsley abrió mucho los ojos, con la boca abierta por la incredulidad—. ¿Tienes prometido?
Corrine asintió lentamente. —¿Tan raro es?
—¡Claro que es raro! —exclamó Kinsley—. Eres muy joven. Quiero decir, salir con alguien, vale. ¿Pero prometida?
A Corrine se le escapó una risa resignada. —Tengo veinticinco años, Kinsley. No es tan raro.
Ante eso, Kinsley apretó los labios con torpeza y murmuró entre dientes: «No me había dado cuenta de que eras tan mayor».
Para ella, Corrine seguía siendo la chica que había conocido aquel entonces: mordaz, intrépida y demasiado inocente para enredarse en algo tan serio como un prometido.
De repente, un rostro se le pasó por la mente, tosco y familiar. Se le cortó la respiración por un instante.
Vulture. Siempre había estado silenciosamente enamorado de Corrine. La amaba desde la distancia, sin atreverse nunca a dar el paso.
Y nunca supo, ni sospechó, que Kinsley también sentía algo por él.
Kinsley dudó, apretando los dedos alrededor del cuello de la botella. —¿Lo conozco?
—Quizá hayas oído hablar de él —dijo Corrine con naturalidad—. Nate. El jefe de la familia Hopkins del Continente Independiente.
Kinsley, que se había preparado para otro nombre, sintió una oleada de alivio recorrer su cuerpo. Exhaló lentamente. Bajó la mirada para ocultar el destello de alegría que bailaba en sus ojos.
Así que… no era Vulture.
Entonces, tal vez, solo tal vez, aún había una oportunidad.
Corrine la observaba atentamente, con la mirada aguda e indescifrable. —¿En qué piensas?
—¿Eh? —Kinsley parpadeó, sacudiéndose los pensamientos. Tras un instante, arqueó una ceja con fingido desdén—. Eres joven, pero ¿tu gusto? Es cuestionable.
Corrine la miró fijamente. —¿Qué?
Podía decir lo que quisiera de Nate, pero su aspecto era impecable. No podía responder por su alma, pero ¿su rostro? Era una obra de arte.
¿Y ahora ponía en duda su gusto?
Antes de que pudiera defenderse, Kinsley continuó con total seriedad: —¿No lo sabes? Las cosas bonitas suelen ser las más peligrosas. Te has traído problemas a casa, Corrine.
Corrine se quedó en silencio.
No se le ocurrió ninguna respuesta ingeniosa.
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