El gran regreso de la heredera despechada - Capítulo 1196
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Capítulo 1196:
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Nate le devolvió la mirada, pero no dijo nada. Su silencio era una respuesta en sí mismo.
—Te preocupas demasiado —le espetó Moses a Herbert con un bufido desdeñoso—. Nate no está preocupado por Corrine, ¿por qué tú sí?
Herbert buscó una respuesta, pero no se le ocurrió ninguna.
Solo estaba preocupado por Corrine, eso era todo. ¿Acaso estaba tan mal?
Irritado, frunció el ceño a Moses. —¡Solo intentaba ayudar!
Moses se limitó a sonreír y se encogió de hombros con indiferencia.
A diferencia de Herbert, Moses había jugado contra Corrine en Lyhaton antes. Ella siempre restaba importancia a sus victorias diciendo que era pura suerte, pero él sabía que no era así.
Nadie tenía suerte siempre. Cualquiera con un mínimo de sentido común se daría cuenta de esa excusa.
¿El resultado de esta partida? Aún estaba en el aire.
Rosalie, sin embargo, estaba demasiado absorta en la emoción de la apuesta como para darse cuenta de la tranquila conversación que se desarrollaba a su alrededor.
Su pulso se aceleró. Las condiciones que había establecido Corrine eran embriagadoras. El ganador tendría poder absoluto sobre el perdedor.
Sus ojos brillaban, la sangre le latía con fuerza por la expectación. —¿Me estás diciendo que, si gano, puedo obligarte a hacer lo que quiera?
¿Cualquier cosa, incluso confesarle a Nate que estuvo casada con otro hombre?
Solo pensarlo provocó una oleada de euforia en Rosalie. Si podía obligar a Corrine a admitirlo delante de Nate, se ahorraría un montón de problemas.
Nate era un hombre orgulloso. Nunca toleraría que una mujer lo engañara.
Si se enteraba de que Corrine había estado casada, ¿cómo podría seguir viéndola de la misma manera? ¿Cómo podría casarse con ella? No lo haría.
Si ella no podía tener a Nate, tampoco dejaría que Corrine lo tuviera.
A pesar de que intentó reprimir su alegría, Corrine se dio cuenta al instante.
Una lenta y cómplice sonrisa se dibujó en sus labios mientras arqueaba una ceja. —Así es. Siempre y cuando puedas ganarme.
Ganarle a Corrine… Rosalie casi se burló. ¿Qué tan difícil podía ser?
Bajó la mirada, ocultando la satisfacción que ardía detrás de sus ojos.
Llevaba jugando con su madre desde los tres años. A los cuatro, ya lanzaba los dados. A los cinco, se había memorizado todos los juegos del casino y llevaba casi tres años practicando su técnica.
Los dados no eran solo objetos en sus manos, eran una extensión de su voluntad. Si quería un uno, nunca salía un dos. Si quería que quedaran en línea perfecta, caían en su sitio sin fallar.
¿Ganarle a Corrine? Sería un juego de niños.
Pero sabía que no debía mostrar su confianza de forma demasiado descarada, especialmente con Nate sentado frente a ella. Él tenía la mirada baja, con expresión tranquila e indiferente, como perdido en algún pensamiento lejano.
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