El Dolor de un Amor Perdido: Mentiras y despedidas - Capítulo 161
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Capítulo 161:
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Su presencia llena cada espacio, ocupa cada vacío, cura cada herida.
Supe desde el momento en que lo volví a ver que no podría resistirme a él, pero ahora, en este momento, lo único que quiero es rendirme por completo.
Dejar que reclame cada parte de mí como si fuera la primera y la última vez.
Tarareo suavemente, una melodía teñida de satisfacción resuena por el pasillo mientras me deslizo hacia mi biblioteca privada. Ahora estoy solo, sin nadie que modere mis gestos, mi expresión o incluso la alegría apenas disimulada por el destino finalmente sellado para Aria.
Muerta.
Una palabra que se pinta en mi mente con la dulzura del triunfo.
Tantos muertos en la celebración de mi cumpleaños, un número impresionante: algunos nobles extranjeros y miembros de la guardia, junto con esos humanos débiles e insignificantes. Solo son más cadáveres.
Siento total indiferencia hacia ellos. Al fin y al cabo, la fragilidad humana siempre los convierte en prescindibles. Pero hoy hay algo más que deseo celebrar.
El camino hacia mi biblioteca está casi desierto. Solo unos pocos guardias permanecen vigilantes, mientras que la mayoría de los soldados licántropos han sido despedidos para atender sus heridas y lesiones.
La fiesta se convirtió en un pandemónium deslumbrante y caótico, pero en medio de toda la destrucción, hay orden; mi obra maestra toma forma a través de un hechizo que incluso me sorprende.
Debo admitir que no creía que el hechizo de control que Karin me enseñó dominaría a todos los licántropos del castillo.
El poder era magnífico.
Controlar sus mentes, sus brutales formas lobunas, me llenó de euforia y de una satisfacción tan potente que parecía una droga.
Atravieso las sólidas puertas de madera de la biblioteca y el aire del interior es diferente.
La atmósfera es densa, saturada del aroma antiguo de los libros y del débil y contenido latido de la magia que espera ser liberada.
Este es mi refugio, donde estoy protegida de las miradas codiciosas y estúpidas de los licántropos y de cualquiera que se atreva a invadir mi intimidad.
Aquí, donde guardo los volúmenes que toda hechicera de mi calibre debe poseer, encuentro un refugio seguro, aunque mi verdadero santuario, en el calabozo, sigue siendo inaccesible en medio de la intensa actividad del castillo.
Por ahora, esto bastará.
Me acomodo en un sillón de cuero, cuyo frío material ofrece un reconfortante contraste con la cálida vibración de la magia que emana de los cinco grimorios esparcidos sobre la mesa de café frente a mí.
Sus títulos, grabados en plata y oro, brillan suavemente.
Al abrir el primero de ellos, el tacto casi eléctrico de las páginas encantadas bajo mis dedos me transporta instantáneamente a otro lugar, a otro tiempo.
Siento mi reino de Syltirion vivo en mi memoria, como si estuviera allí de nuevo, con el familiar aroma de la magia llenando el aire, llevándome de vuelta a aquellos días lejanos en los que mis hermanas y yo nos reuníamos para estudiar para los exámenes de magia, compitiendo por superarnos unas a otras.
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