El Dolor de un Amor Perdido: Mentiras y despedidas - Capítulo 158
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Capítulo 158:
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«Alex, no sé… lo que pasó anoche fue tan… No puedo pensar con claridad. ¿Qué eres? ¿De verdad?», le pregunto, con la voz cargada de dudas.
Alexander esboza una pequeña y rápida sonrisa. Al principio, no entiendo por qué reacciona así, hasta que me doy cuenta: el apodo. Había pasado mucho tiempo, años, desde la última vez que lo llamé así. Un apodo que significaba tanto, saturado de recuerdos y significados. Es como si, con esa sola palabra, una parte de nosotros volviera a la vida.
«¿Me dejas explicarte?», murmura, con tono casi suplicante, los ojos clavados en los míos, reflejando una sinceridad cruda, una transparencia casi dolorosa. «Te lo contaré todo, Aria, yo…».
«Prométemelo. No más secretos». El peso del remordimiento en su voz es palpable, pesado, y poco a poco me desarma.
Mi mente me grita que me proteja, que me aleje. Me digo a mí misma que no puedo enredarme en otra red de intrigas y mentiras. Ya es bastante complicado estar cerca de Caelum, y descubrir que Alexander es su primo solo lo complica todo aún más. Tengo que mantener a mis hijos a salvo, lejos de todo esto. Pero mi corazón, siempre rebelde, siempre obstinado, se niega a escuchar a la lógica. Con Alexander, toda racionalidad se disuelve, dando paso a algo más profundo, algo visceral. En contra de mi voluntad, reconozco que una parte de mí todavía lo ama, esa parte nunca lo dejó ir.
Y así, abro la puerta de mi casa y, una vez más, dejo que Alexander entre en mi vida. Una presencia que llena mi mundo de nostalgia, ternura, incluso amor y pasión, algo que nunca pensé que volvería a sentir.
«Tienes diez minutos, ni uno más…», le digo mientras Alexander se sienta en el sofá y yo ocupo el sillón. Mantengo una distancia prudencial porque no puedo permitirme estar tan cerca de él como lo estaba con Caelum.
Con Caelum prevalece la moralidad: es un rey y está casado. ¿Pero con Alexander? Cualquier roce, cualquier centímetro de su cuerpo cerca del mío, y sé que no podré resistirme. Sé que si mis labios vuelven a encontrar los suyos, me rendiré para siempre al amor que creía haber encadenado.
Alexander me cuenta entonces la verdad. Es duque, espía y primo de Caelum. Me explica sus ausencias y me describe el camino que ha recorrido durante los últimos cinco años, cada palabra impregnada de un dolor que me golpea como olas frías.
«Nunca quise engañarte, Aria. No lo hice por diversión ni por crueldad, sino por amor…», declara Alexander, y mi corazón da unos latidos erráticos. «Era inmaduro, lo sé. Pero si mis padres se hubieran enterado de ti, si hubieran descubierto que estaba perdidamente enamorado de una humana, te habrían matado».
«Entonces, ¿por qué has vuelto? ¿Por qué me has buscado? ¿Han muerto tus padres, por casualidad?», pregunto, incapaz de entender por qué ha vuelto a mi vida.
«No, están muy vivos. He vuelto porque nunca pude olvidarte, y créeme, lo intenté. He vuelto porque te quiero de vuelta. Quiero casarme contigo, Aria».
La última frase cae como un trueno. Siento que se me hace un nudo en la garganta y me cuesta respirar, casi me ahogo. Mi mirada se clava en la suya, incrédula, mientras intento asimilar la magnitud de esa declaración. Es una propuesta que desafía todos los muros que he construido para protegerme. Con un movimiento suave, casi depredador, Alexander se levanta y se acerca, con los ojos fijos en los míos, ardiendo con un deseo que no deja lugar a dudas.
«Lo siento, ¿qué has dicho?», balbuceo, sin estar segura de haberle oído bien.
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