El Dolor de un Amor Perdido: Mentiras y despedidas - Capítulo 148
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Capítulo 148:
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Su resistencia se desmorona ante mi poder.
Cada aullido que estalla es testimonio de su transformación involuntaria. Cada grito desesperado de dolor es la confirmación de que incluso Caelum, con toda su fuerza y orgullo, es ahora vulnerable a mi hechicería.
Es el sacrificio que exijo en mi cumpleaños, un sacrificio que será recordado.
La muerte de Aria.
Es el regalo que me concedo a mí mismo, el placer que he planeado y manipulado con tanta precisión.
Veo en mi mente su expresión horrorizada, el momento en que se da cuenta de que aquellos en quienes confía, aquellos a quienes ama, se convertirán en las mismas bestias que la destrozarán.
Me pregunto quién, entre Caelum y Alexander, será el primero en desgarrar su carne, en devorar su última chispa de vida.
La idea de su muerte inevitable me llena de satisfacción, porque sé que dejará una marca profunda e insoportable en el alma de Caelum, un remordimiento que lo consumirá hasta el final de sus días.
Solo después de su sufrimiento estaré satisfecho.
Y entonces, cuando la amargura y el dolor lo dominen, iré tras los bastardos de Aria, los hijos que representan la vergüenza de su traición.
Ellos también desaparecerán, dejando una herida aún más profunda.
Con el hechizo completamente lanzado, siento el vínculo entre mí y todos los licántropos presentes.
Sus almas salvajes, atrapadas en cuerpos humanos, ahora responden a mis órdenes, rindiéndose a la fuerza primitiva que se revela.
Oigo a los nobles en el salón emitir gritos de terror, sus voces cortadas por la confusión y el pánico, mientras las criaturas, estos implacables hombres lobo, toman forma ante ellos.
Los cuerpos contorsionados de los licántropos desgarran sus ropas y la piel humana es sustituida por pelaje, garras y colmillos afilados.
Siento cómo sus aullidos resuenan, perforando el aire nocturno y haciendo eco en las paredes del castillo, como una sinfonía diabólica orquestada por mi voluntad.
En el salón, los nobles desesperados se apresuran a escapar, con sus lujosas ropas rasgadas y los rostros desfigurados por el miedo.
Algunos tropiezan con los cadáveres que ya yacen en el suelo, mientras otros gritan cuando un licántropo, convertido en una máquina de destrucción, salta sobre ellos sin piedad.
Sonrío triunfante al presenciar la escena que se desarrolla ante mí, una visión de terror y poder que es la celebración más hermosa que podría haber deseado.
—¿Vosotros dos… sois primos? —balbuceo, la pregunta escapándose casi como un susurro, perdida en la densa tensión que llena el aire entre nosotros.
Mi voz suena frágil en comparación con el choque de fuerzas y la intensidad de la mirada que Caelum y Alexander intercambian, desafiándose como si estuvieran a punto de abalanzarse el uno sobre el otro.
La revelación late en mi mente como un trueno lejano, difícil de procesar en medio del torbellino de emociones que me consume.
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