El ascenso de la Luna fea - Capítulo 284
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Capítulo 284:
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Fui a la cocina y lo único que encontré que se pudiera comer era pan. Había muchos alimentos, pero nada cocinado ni conservado. Me pregunté si Jaris habría comido algo desde que llegó allí.
Comí un poco de pan con mermelada y estaba limpiando la mesa de la cocina cuando entró Ericka.
Sentí su mirada fija en mí mientras se dirigía al refrigerador y sacaba una botella de agua.
—Aparte de ser su sanadora, ¿tú y Jaris tenían alguna otra historia? —le pregunté, volviéndome hacia ella y apoyándome en la isla.
—No entiendo. ¿Por qué lo preguntas?
—Porque hoy te he oído llamarlo «cariño». No creo que sea un apodo que los amigos del sexo opuesto se pongan entre sí.
Ella resopló y apartó la mirada, bebiendo de su botella.
—¿No vas a responder a mi pregunta? —le pregunté cuando terminó de beber.
—Jaris y yo compartimos algo en el pasado —dijo, poniendo los ojos en blanco mientras me miraba—. Sí, yo era más que una simple sanadora. Probablemente sea la razón por la que él se siente muy cómodo llamándome incluso ahora.
Mi corazón dio un estúpido salto, pero no dejé que mis emociones se reflejaran en mi rostro. No, no le di esa satisfacción.
—¿Qué? —se burló—. Jaris se acostó con muchas mujeres en el pasado. No te preocupes, no hay nada especial en mí. —Salió de la cocina.
Apenas había asimilado sus palabras cuando oí un gruñido procedente de la sala de estar. Corrí como si mi vida dependiera de ello y, tal y como temía, era Jaris perdiendo el control otra vez.
Estaba de rodillas, tirando continuamente de las cadenas con las manos. Quería liberarse a toda costa.
Sin embargo, eso no era lo más aterrador. Lo eran sus ojos. Estaban completamente rojos, de un rojo intenso, más allá del enrojecimiento de su Alfa. Eran ojos salvajes. Estaba a punto de liberar a su bestia.
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Mis piernas temblaban y retrocedían solas. Nunca había visto algo así. Estaba tan asustada que no podía respirar.
—Vamos, Jaris. No tienes por qué hacer esto. Sabes que no quieres hacerlo —dijo Ericka, levantando las manos.
—¡Sangre! —gruñó él e intentó de nuevo romper las cadenas.
—¿Puede escapar? —chillé.
—No debería. Son cadenas crípticas. Ningún lobo debería poder romperlas —respondió Ericka apresuradamente sin mirarme.
Sin embargo, no podía dejar de mirar las cadenas con miedo, como si realmente pudiera liberarse de ellas. Jaris se retorcía en el suelo, gruñendo como un animal. Aparte de mi miedo, la escena era dolorosa.
—Dale… —le grité a Ericka.
«Le he dado todo lo que podía por hoy. Este año es más complicado».
No tardé mucho en derramar lágrimas de impaciencia.
Mi corazón se rompía una y otra vez con cada gruñido de dolor que emitía Jaris.
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