El arrepentimiento de mi exesposo - Capítulo 709
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Capítulo 709:
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Al otro lado del pasillo, Isabel abrió los ojos con horror.
Se levantó bruscamente, con la voz temblorosa.
—Pero, Sadie, yo…
Pero antes de que pudiera decir otra palabra, Sadie negó ligeramente con la cabeza, una señal silenciosa que le indicaba que no hablara.
Coyle había sellado todas las salidas y tergiversado toda la verdad para engañar a los ancianos.
Cualquier intento de hablar ahora solo serviría para cavar más profundo.
El silencio de Sadie no era una rendición. Era una estrategia.
Isabel lo vio en sus ojos. Se le encogió el pecho y las lágrimas le picaron en los ojos mientras se sentaba lentamente, impotente y dolorida.
Solo pudo mirar cómo los guardias se llevaban a Sadie, impasible y en silencio.
Sadie sintió un dolor insoportable en la espalda, cada golpe amenazaba con aplastarle los huesos.
Apretó la mandíbula, obligándose a permanecer alerta.
Se negaba a derrumbarse ante Coyle y los que estaban de su lado.
Un latigazo, luego otro… El chasquido agudo del cuero se clavó en el pecho de Isabel.
Anhelaba intervenir, pero el personal la sujetaba con fuerza. Impotente, Isabel solo podía mirar cómo Sadie soportaba el tormento, con el rostro bañado en lágrimas de agonía.
Lo que parecía una pesadilla interminable finalmente concluyó tras cincuenta brutales latigazos.
Sadie estaba empapada en sangre, con las extremidades entumecidas y la mente nublada. El personal la arrastró a una habitación, con Isabel siguiéndola apresuradamente.
—¡Sadie, háblame! —La voz de Isabel se quebró, cargada de emoción.
Sadie abrió los ojos y esbozó una débil sonrisa.
—Estoy bien, Isabel. No te preocupes.
—¿Cómo puedes decir eso? —susurró Isabel con amargura—. No he podido protegerte.
Sadie deseaba tenderle la mano para consolarla, pero sus fuerzas se habían desvanecido por completo.
—Esto es lo que pretendían —murmuró Sadie—. Vuelve. Descansa. Me recuperaré pronto.
Sadie no quería que Isabel se preocupara por su frágil estado. Sin embargo, Isabel dudó.
Al ver esto, Sadie añadió: —Si te quedas, no encontraré paz. Vigila a Coyle y a su equipo. No podemos arriesgarnos a que vuelvan a actuar.
Las palabras golpearon a Isabel como un rayo.
Quedarse solo empeoraría las cosas.
Secándose las lágrimas, asintió con la cabeza.
—Está bien. Me voy. Llámame si necesitas algo.
Sadie asintió débilmente y observó a Isabel alejarse, mirando atrás a cada paso.
Una vez sola, Sadie finalmente perdió la compostura cuando una ola de dolor la invadió, robándole el aire de los pulmones. Momentos después, Samuel llegó con un médico.
Su expresión se ensombreció al ver el estado de Sadie.
—¡Doctor, rápido! —ordenó.
El médico se puso manos a la obra.
Las heridas eran espantosas: tenía la espalda en carne viva y llena de marcas.
Mientras le aplicaba el ungüento, el médico le habló con delicadeza. —Señorita Hudson, sus heridas son graves. Cincuenta latigazos… han sido despiadados. Debe descansar y evitar cualquier esfuerzo.
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