El arrepentimiento de mi exesposo - Capítulo 1299
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Capítulo 1299:
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«No podía dormir», admitió. «Todo ha sido tan abrumador que no puedo calmar mi mente».
Los pensamientos sobre la brillante sonrisa y la alegre voz de Tina daban vueltas en la cabeza de Sadie. No había forma de que pudiera descansar con tantas cosas en la mente.
Noah cruzó la habitación y la envolvió en un abrazo firme y protector. Al sentirla temblar contra él, se dio cuenta de cuánta tristeza había estado reprimiendo. La abrazó con más fuerza, compartiendo el dolor de su corazón.
—Sadie, aguanta un poco más. Cuando todo esto haya pasado… —Hizo una pausa y le acarició el pelo con la barbilla—. Dejaremos que Blaine dirija la empresa. Nos iremos Averi y tú a un lugar tranquilo, donde nadie nos conozca, y podremos vivir en paz. ¿Te gustaría?
Sadie sintió que parte de su ansiedad se desvanecía. Una risa suave y ronca se le escapó mientras se relajaba en sus brazos. —Mejor que Blaine no oiga eso. Seguro que se quejaría de que le dejamos todo el trabajo duro a él.
Ya se imaginaba las quejas dramáticas y el ceño fruncido exagerado de Blaine.
Los labios de Noah esbozaron una suave sonrisa. Se alegró de verla reír por fin. Se inclinó y le dio un cálido beso en la frente.
—No te preocupes por nada, Sadie. Todo saldrá bien. Pase lo que pase, estaré a tu lado y afrontaremos juntos cualquier cosa que se nos presente.
Acurrucada en sus brazos, Sadie asintió con determinación. Su familiar aroma calmó sus pensamientos inquietos. Tener a Noah cerca le proporcionaba una rara sensación de paz.
Por la mañana, Sadie abrió lentamente los ojos, con la mente aún un poco confusa. Instintivamente, extendió la mano hacia el otro lado de la cama, pero solo encontró el vacío y el frío. Se quedó inmóvil durante unos instantes antes de incorporarse.
—¿Noah? —llamó en voz baja, con la voz aún pastosa por el sueño.
No hubo respuesta. La habitación permaneció en silencio.
Se oyó un ligero golpe en la puerta del dormitorio.
Uno de los sirvientes entró con un vaso de agua. —Buenos días, señora. El señor Wall se marchó hace un rato. Ha pedido a la cocina que le prepare el desayuno. ¿Desea que se lo sirva ahora?
Los ojos de Sadie se posaron en el reloj de la mesita de noche. Eran poco más de las ocho. Se preguntó a qué hora se habría ido Noah. ¿De verdad tenía tanto trabajo hoy? Una extraña sensación se apoderó de ella, una sensación que no sabía definir.
—Está bien —dijo—. Puedes subirlo.
El sirviente asintió con la cabeza y salió de la habitación. Sadie apartó las mantas y dejó caer los pies sobre la gruesa alfombra, caminando en puntillas hasta el armario. Lo abrió y buscó algo suave y cómodo para ponerse. Mientras su mano se deslizaba entre las perchas, sus dedos rozaron una camisa lisa y, de repente, un pequeño objeto redondo rodó desde un rincón oscuro y se detuvo en el suelo.
Frunció el ceño, desconcertada, y se agachó para recogerlo. Era una sola perla. Había algo en ella que le resultaba extrañamente familiar. Sadie la giró entre sus manos y la examinó con creciente curiosidad.
De repente, lo comprendió: era la misma perla que había encontrado durante su última visita al Faron Retreat. En aquel momento se había preguntado cómo había llegado allí. Con todo lo que estaba pasando, había dejado de lado ese misterio. Ahora, nunca imaginó que se toparía con ella aquí.
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