El arrepentimiento de mi exesposo - Capítulo 1295
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Capítulo XXX:
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La mano de Alex, oculta en las sombras, se cerró lentamente en un puño. ¿A qué se dedicaba Noah con esa visita enigmática y esos comentarios vagos? ¿Había descubierto algo o estaba tanteando el terreno, esperando sacar algo en claro?
La sonrisa de Noah se hizo más profunda con deliberada tranquilidad, con la mirada fija en Alex con silenciosa intensidad. —¿Ni siquiera me ofrece un asiento, señor Howe?
Los labios de Alex mantuvieron su curva, pero una chispa fría brilló en sus ojos. Había algo extraño en Noah: su presencia, sus palabras, su tranquila confianza. ¿Qué demonios estaba tramando?
—¿Qué es lo que realmente quiere, señor Wall? —preguntó Alex, con un tono cortés y educado—. No habrá venido aquí sin motivo. No perdamos el tiempo.
La sonrisa de Noah siguió siendo fría y enigmática mientras bajaba un poco el tono de voz. —He oído que ayer estuviste en Nirvana.
En cuanto Alex oyó esas palabras, la mano que sostenía el café se detuvo durante un instante. Una sombra de tensión cruzó su rostro, desapareciendo casi tan rápido como había aparecido. ¿Cómo lo sabía Noah? Nadie debería haberlo visto, a menos que alguien de Nirvana hubiera hablado. Pero eso era imposible. Alex confiaba en que su gente borraba todos los rastros.
Sin embargo, nada de eso importaba ahora. Lo que importaba era que aquella visita no era casual, sino un interrogatorio disfrazado de cordialidad.
—Así es —respondió Alex con voz tranquila—. Fui allí a comer. Tan simple como eso. —Luego, como si le hubiera venido un recuerdo repentino, añadió con un suspiro calculado y un toque de tristeza en la voz—: Me enteré de la muerte de la señorita Delgado. Una noticia terrible. Pero seguro que usted no está insinuando que yo tenga algo que ver, señor Wall, ¿verdad?
Alex planteó la pregunta con una franqueza tan evidente que parecía un simple espectador inocente.
La mirada de Noah se transformó en dos dagas que atravesaron el aire y perforaron la fachada de Alex. —Sí. Sospecho de usted.
En el momento en que esas palabras salieron de los labios de Noah, la tensión se hizo palpable en la habitación, como la niebla que se extiende tras una tormenta.
A sus espaldas, Alex cerró el puño con fuerza, clavándose las uñas en la palma de la mano.
La audacia de todo aquello: Noah tenía el descaro de sospechar de él tan abiertamente, tan descaradamente.
¿En qué pruebas se basaba?
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Nada más que teorías infundadas y suposiciones descabelladas.
La rabia estalló en el pecho de Alex como lava fundida a punto de derramarse. Pero en un abrir y cerrar de ojos, la rígida máscara que llevaba se disolvió como la escarcha matinal y soltó una risa grave y gutural que parecía provenir de lo más profundo de su ser.
El sonido llevaba consigo hilos de amarga autoironía entretejidos con hebras de renuente resignación.
—Señor Wall, sin duda tiene talento para el humor. La señorita Delgado es una de las mejores amigas de Sadie. Nunca haría daño a Sadie ni a nadie que sea importante para ella.
Enfatizó deliberadamente el nombre de Sadie como si fuera un voto sagrado o una declaración desesperada.
Noah lo estudió con precisión calculadora, y un destello de oscura ironía se dibujó en su rostro.
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