El arrepentimiento de mi exesposo - Capítulo 1282
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Capítulo 1282:
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El barro intentó arrastrarla hacia abajo y sus pies casi resbalaron.
—¡Señorita Hudson! —gritó su guardaespaldas, que corrió tras ella con los brazos extendidos para sujetarla.
Sadie se negó a reducir la velocidad o escuchar, impulsada por la necesidad de ver por sí misma.
En cuestión de segundos, la escena se hizo nítida.
Tendido en el suelo, una figura yacía oculta bajo una sábana blanca inmaculada.
Esa silueta le resultaba dolorosamente familiar, su contorno esbelto e inconfundible.
La conmoción la golpeó con tanta fuerza que apenas podía respirar.
Los ojos de Sadie se abrieron de par en par con horror.
Se inclinó hacia delante, con la mano temblando incontrolablemente mientras el miedo le llenaba el pecho.
La sábana parecía increíblemente pesada, resistiendo cada gramo de su fuerza.
De algún modo, encontró la voluntad para levantar una esquina, con la respiración entrecortada.
El tiempo pareció detenerse mientras apartaba la tela.
Bajo la manta, un rostro la miraba fijamente, pálido e inmóvil. Aquellos ojos, que antes estaban tan vivos, permanecían cerrados para siempre, sin el menor destello.
Pequeñas gotas de agua aún se aferraban a esas largas pestañas, brillando en la tenue luz.
El reconocimiento golpeó a Sadie como un puñetazo: Tina estaba justo delante de ella. Era realmente Tina.
Una oleada de mareo la invadió y un zumbido agudo llenó sus oídos.
Instintivamente, dio unos pasos hacia atrás mientras las rodillas se le doblaban, a punto de hacerla caer al suelo.
Nada tenía sentido: ¿cómo podía ser Tina?
Su mente rechazaba lo que sus ojos insistían en que era cierto.
La joven que una vez rebosaba energía, que abordaba todas las tareas con alegre eficiencia, que había estado al lado de Sadie en todas las tormentas, ahora yacía en silencio, inmóvil y fría como una piedra.
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Se había esfumado su radiante sonrisa. Se había esfumado la dulce voz que pronunciaba su nombre.
Un dolor punzante se retorció en lo más profundo del pecho de Sadie.
Sus labios temblaron al intentar pronunciar el nombre de Tina, pero no salió ningún sonido.
Cada respiración le resultaba entrecortada, con la garganta irritada y dolorida.
Las lágrimas llenaron sus ojos, nublándole la vista, y cada gota le escocía más que la anterior.
Un dolor hueco la consumía, un dolor que la dejaba sin aliento.
Las preguntas se arremolinaban en su cabeza, desesperadas por encontrar respuestas.
¿Por qué estaba Tina allí, así? ¿Cómo había llegado a esto?
La realidad le parecía imposible: ¿cómo podía haber muerto Tina?
Cada parte de ella gritaba en negación.
Pesadilla o no, se clavó las uñas en las palmas, esperando que el dolor la despertara. Por mucho que apretara, el escozor en las manos solo demostraba que todo era demasiado real.
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