El arrepentimiento de mi exesposo - Capítulo 1243
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Capítulo 1243:
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Sadie acababa de acomodarse en su coche cuando su teléfono vibró.
Era la madre de Noah.
«Sadie, ¿estás libre ahora? ¿Por qué no vienes a Wall Manor a comer conmigo?».
Sadie miró la hora: era casi mediodía. «De acuerdo, voy para allá». Colgó, arrancó el coche y condujo por las tranquilas calles.
Media hora más tarde, se detuvo ante las puertas familiares de Wall Manor.
En cuanto entró, Averi se abalanzó sobre ella y la rodeó con sus bracitos.
Sadie se agachó y lo cogió en brazos, inhalando el dulce y cálido aroma de su hijo mientras le besaba la suave mejilla.
Solo con mirar sus ojos brillantes y confiados, todo el cansancio de los últimos días desapareció.
—Averi, ¿echabas de menos a mamá?
El niño asintió con entusiasmo, acurrucándose más contra su cuello. —Sí. Mamá… ¿dónde está papá?
La inocente pregunta atravesó el corazón de Sadie.
Instintivamente, apretó los brazos alrededor de él, pero las palabras se le atragantaron en la garganta. ¿Cómo podía explicarle algo tan complicado a alguien tan pequeño?
Pero Averi no esperó. «La abuela me lo ha contado todo. El señor Noel es papá. Mamá, echo de menos a papá».
Así que Isabel ya se lo había contado.
Eso le ahorró a Sadie el esfuerzo de explicarle las cosas ella misma, pero las sencillas y sinceras palabras «echo de menos a papá» resonaron en su pecho como un grito silencioso.
Le acarició suavemente el pelo con los dedos, con una voz tan tierna como un susurro. —Papá no se encuentra bien ahora mismo, cariño. Está recibiendo tratamiento. Pero en cuanto se recupere, volverá a verte. Te lo prometo.
La luz de los ojos de Averi se apagó y su expresión se descompuso con una silenciosa decepción.
Sin decir nada, se zafó de su abrazo y se dirigió a la esquina de la habitación, donde se sentó junto a sus bloques de juguete. Comenzó a apilarlos distraídamente, su pequeña figura agobiada por una tristeza que ningún niño debería tener que soportar.
El corazón de Sadie se encogió. La visión de su pequeño, tan abatido, le dolía más que cualquier herida.
Le debía tanto a su hijo. La culpa la oprimía como una espesa niebla.
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En ese momento, el sonido de unos pasos resonó en la escalera.
Isabel apareció, moviéndose lentamente, con la mirada fija en el niño abandonado en la esquina.
Un suave suspiro escapó de sus labios, y la tristeza ensombreció sus rasgos.
Habían pasado tantas cosas. Demasiadas para que un corazón tan pequeño pudiera soportarlas.
Sadie se apresuró a sostenerla.
—¿Cómo te encuentras, Isabel? Siento no haber venido más a menudo. El trabajo ha estado… —Dejó la frase en el aire, con un tono de pesar en la voz.
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