El arrepentimiento de mi exesposo - Capítulo 1216
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Capítulo 1216:
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Entonces apareció un hombre más joven, nervioso y sin aliento, con un brillo de sudor en la frente. «Señora Hudson, el señor Ramos está atrapado en el tráfico», dijo rápidamente. «Llegará muy tarde y le envía sus disculpas».
Una tras otra, llegaron las excusas. «Asuntos urgentes». «Retrasos inesperados». Todas cuidadosamente redactadas. Todas aparentemente razonables.
Pero nadie en la sala se dejó engañar. Se trataba de una maniobra deliberada, una ausencia coordinada orquestada por los astutos accionistas.
Sadie esbozó una leve sonrisa, sin rastro de amabilidad.
Echó un vistazo al grupo, con la mirada tranquila y fría.
Tal y como pensaba. La estaban poniendo a prueba, intentando recordarle su poder. Como si siguiera siendo la chica ingenua de hacía tres años, ansiosa por complacer y fácil de manipular. ¡Patético!
Sadie no dijo nada. El silencio se prolongó.
Los secretarios y asistentes de los accionistas intercambiaron miradas inquietas, cada uno más cauteloso que el anterior. La tensión en el aire era sofocante.
Nadie se atrevía a levantar la vista. Mantenían la cabeza gacha, evitando mirar a la mujer que presidía la mesa: joven, serena e indudablemente en control. Incluso el aire acondicionado parecía haber bajado una docena de grados.
Tina, de pie a un lado, estaba visiblemente furiosa.
—Estos accionistas tienen mucho descaro —espetó—. La Sra. Hudson solo lleva ausente medio mes y ya se comportan como si fueran a crear sus propias empresas.
Las palabras cayeron como un golpe.
Algunos asistentes se estremecieron. Las caras palidecieron. Aun así, nadie dijo nada.
El sudor brillaba en más de una frente.
Sadie levantó una mano, indicándole a Tina que se detuviera. Luego, sin apresurarse, se puso de pie.
«Pueden retirarse».
No hubo discusión. Los asistentes y secretarios se dieron la vuelta y salieron en fila, con pasos rápidos, su alivio casi visible.
Pero antes de que llegaran a la puerta, la voz de Sadie volvió a resonar, tranquila y sin emoción.
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—Tina, haz una lista con los nombres de los que no han venido hoy. No hace falta que les avises la próxima vez. No era una amenaza. Era definitiva.
Y así, sin más, salió de la habitación. El sonido de sus tacones resonó en el suelo pulido, mesurado y decidido. Tina se quedó atrás, con una lenta sonrisa dibujándose en los labios.
Sadie no necesitaba levantar la voz ni lanzar acusaciones.
Un solo movimiento y había empujado el peso muerto al margen.
Esos accionistas acababan de ser expulsados del Wall Group.
Fuera de la sala de conferencias, los asistentes y secretarios se quedaron paralizados. Habían oído a Sadie. Cada palabra. El pánico se apoderó de sus rostros.
Sus pies permanecieron clavados al suelo, como si el peso de sus palabras los hubiera congelado en el sitio.
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