El arrepentimiento de mi exesposo - Capítulo 1214
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Capítulo 1214:
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«Sigo siendo una de las principales accionistas del Wall Group», dijo con voz tranquila pero firme.
El color desapareció de todos los rostros.
La poca audacia a la que se aferraban desapareció sin dejar rastro.
—¡Sadie! —exclamó Tina con voz entrecortada, llena de sorpresa y alivio. Corrió hacia Sadie, con tono frustrado—. No te puedes imaginar lo que han estado diciendo. Es espantoso.
Sadie no respondió de inmediato. Dejó que su mirada vagara por la sala. Nadie se atrevía a moverse.
—Se espera que todos asuman la responsabilidad de su trabajo —dijo por fin. Su voz era baja, cada palabra clara y deliberada—. Si tu puesto actual es demasiado para ti, presenta tu renuncia a Recursos Humanos. Wall Group no anda escaso de gente dispuesta a trabajar.
Nadie habló. Ni siquiera respiraban.
La rebeldía que los empleados habían mostrado con tanta naturalidad hacía solo unos instantes se había desmoronado.
Y sus palabras vacías ahora parecían una broma de mal gusto, una que ninguno se atrevía a repetir.
Ninguno de los empleados se atrevió a pronunciar otra palabra de desafío.
Sus puestos venían acompañados de generosos salarios y el prestigio de trabajar en la planta ejecutiva de Wall Group.
¿Perder eso? Encontrar algo igual, o siquiera parecido, sería casi imposible.
La sola idea del desempleo les hacía temblar las rodillas.
«Sra. Hudson, nos equivocamos. Lo sentimos de verdad».
«Nos hemos pasado de la raya, por favor, perdónenos».
«¡Por favor, denos otra oportunidad!».
Sus disculpas temblaban en el aire, con voces temblorosas por el pánico.
Sadie ni siquiera les miró.
Se dio la vuelta y abrió la puerta de su oficina.
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Tina lanzó una mirada fulminante al grupo y les hizo un gesto para que se marcharan.
«Muy bien, basta. Volved al trabajo. Y escuchad: si vuelvo a pillar a alguno de vosotros holgazaneando, la próxima vez no será una advertencia».
El grupo se inclinó repetidamente, murmurando «gracias» mientras se dispersaban.
Cuando la puerta se abrió con un chirrido, una nube de polvo golpeó a Sadie en la cara. Se dobló por la mitad, tosiendo con fuerza.
«Ejem… ejem… ejem…». Frunció el ceño con fuerza.
«¿Estás bien, Sadie?». Tina se apresuró a acercarse y le dio unas palmaditas en la espalda. Miró a su alrededor y sintió que la sangre le hervía de nuevo.
El escritorio no había sido limpiado. El suelo no había sido barrido. Todo estaba cubierto de descuido.
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