El arrepentimiento de mi exesposo - Capítulo 1172
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Capítulo 1172:
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Una decisión imprudente. Quizás la única que les quedaba.
Se estabilizó, con voz baja pero clara. «¿Dónde puedo encontrar a Stuart ahora?».
Sesenta minutos más tarde, la sala de estar de la habitación privada de Sadie estaba cargada de tensión.
Tina regresó, flanqueada por guardaespaldas con rostro sombrío. Entre ellos caminaba un hombre con una capucha que le cubría el rostro.
Se movía como un resorte a punto de estallar.
—Sadie —murmuró Tina, acercándose a la ventana donde Sadie observaba el horizonte—. Ha llegado.
Sadie se giró lentamente. Su mirada se fijó en la figura encapuchada. Frunció ligeramente el ceño.
Se acercó y asintió discretamente.
Los guardias soltaron los brazos del hombre y le quitaron la capucha.
El hombre que tenía delante coincidía con las fotos de los documentos que había estudiado minuciosamente.
Era Stuart. Pero en persona parecía más pesado, con la mirada cargada y la postura tensa por la sospecha.
El hecho de haber sido arrastrado como un prisionero lo había puesto claramente nervioso.
Se masajeó las muñecas y miró a su alrededor antes de fijar la mirada en ella.
—Señorita Hudson —dijo con voz ronca y cautelosa—. ¿Quiere explicarme qué demonios hago aquí?
Sadie no se inmutó.
Lo examinó de cerca. Este era el infame hacker cerebral, el genio malvado que reconfiguraba mentes como si fueran placas de ordenador.
Y por el bien de Noah, no tenía más remedio que arriesgarse.
Enderezó la espalda. Su voz sonaba autoritaria. —Dr. Lawson, teniendo en cuenta su colaboración con el Grupo Burgess, creo que puede entenderme.
Luego ordenó: —¡Entren!
La voz de Sadie rompió el silencio, nítida y autoritaria. Los dos guardaespaldas apostados junto a la puerta respondieron al instante, avanzando con dos pesadas maletas negras en las manos.
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Los cierres metálicos se abrieron uno tras otro, revelando gruesos fajos de billetes apilados en filas perfectas. La visión capturó inmediatamente la atención de Stuart.
Stuart frunció el ceño, formando un sutil pliegue en la frente. La audacia le golpeó como una bofetada. ¿De verdad creía esta mujer que podía comprar su cooperación? ¿Qué clase de hombre creía que era? Quizás lo había confundido con alguien como su hermano, el tipo de persona que sacrificaría cualquier cosa y a cualquiera por la suma adecuada de dinero.
Un desprecio gélido le invadió el pecho, pero su expresión permaneció perfectamente serena, sin revelar nada del desdén que se gestaba bajo la superficie.
Atravesó el salón con pasos pausados y se acomodó en el mullido sofá con la facilidad que le daba la práctica. Su postura parecía relajada, aunque cada movimiento denotaba un propósito calculado.
—Señora Hudson, si tiene algo que decir, hable claro. —Su voz sonó fría y mesurada.
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