El arrepentimiento de mi exesposo - Capítulo 1140
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Capítulo 1140:
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Se acercó, con movimientos deliberados, y le rozó la mejilla con dedos tan ligeros como el aire, con la mirada llena de obsesión.
«Noah, relájate. Todo está bien», le susurró dulcemente. «No te haré daño». Su voz era tranquilizadora, como una nana en la brisa, serena en apariencia, pero impregnada de una amenaza seductora de la que era imposible escapar.
Mientras tanto, Sadie yacía inquieta en su cama de hospital, con un peso incómodo presionándole el pecho.
Por más que cambiara de posición o reorganizara las almohadas, el sueño seguía sin llegar, burlándose de ella.
Con un suspiro de frustración, se incorporó, agarrándose el pecho mientras un dolor sordo y punzante le latía bajo las costillas.
No era solo una molestia, era una advertencia, aguda, opresiva y sofocante, como si sus pulmones hubieran olvidado cómo funcionar.
La última vez que había sentido ese mismo temor era el día en que el coche de Noah se salió de la carretera, el día en que él entró en coma.
Aquella tarde había comenzado con un nudo en el estómago, un dolor silencioso y despiadado. Sin pensarlo, Sadie cogió el teléfono y marcó su número con dedos temblorosos.
En su lugar, una voz fría y robótica le dio la bienvenida, informándole de que la llamada no podía conectarse.
El silencio al otro lado se prolongó como un túnel sin fin.
El pánico estalló en su pecho. Saltó de la cama sin molestarse en ponerse los zapatos.
Las baldosas heladas le cortaban los pies descalzos como pequeños cuchillos, pero no le importaba.
El pasillo estaba desierto. Noah no estaba allí.
Pero él le había prometido que nunca la abandonaría.
Entonces, en medio del silencio, pasó una enfermera empujando una camilla que traqueteaba suavemente en la quietud.
Sadie corrió hacia la enfermera, tratando de controlar el temblor de su voz. —¿Sabe dónde está el hombre que estaba conmigo antes?
La enfermera se detuvo, frunciendo el ceño mientras buscaba en su memoria. Luego dijo que se había marchado hacía aproximadamente una hora, pero que no tenía ni idea de adónde había ido.
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«¿Se ha ido? ¿Así, sin más? ¿Sin decir nada?». ¿Por qué no se lo había dicho? Sadie se quedó inmóvil, como si sus pies se hubieran convertido en piedra.
Tragó saliva con dificultad y esbozó una sonrisa forzada que apenas se mantuvo. —Está bien, gracias.
Con un breve gesto de asentimiento, la enfermera siguió su camino, y el suave chirrido de las ruedas del carrito se desvaneció en el vacío del pasillo.
Sadie se apretó contra la fría pared, el frío le calaba a través de la bata del hospital.
Las piernas le temblaban, sin fuerzas, como si fuera a desplomarse en cualquier momento.
Sentía como si le hubieran arrancado algo vital del pecho. ¿Estaba Noah en peligro otra vez?
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