El arrepentimiento de mi exesposo - Capítulo 1129
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Capítulo 1129:
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Stan siguió a Noah, luchando por seguir su ritmo decidido. Llegaron a la sala de traumatología. Un olor agudo y estéril flotaba en el aire, teñido con el rastro cobrizo de la sangre derramada.
De repente, las puertas de urgencias se abrieron de golpe. Un médico salió apresuradamente, empapado en sudor y visiblemente tenso.
—Tiene una hemorragia grave. ¡Hay que empezar una transfusión inmediatamente! Pero casi no nos queda sangre O negativo. Los centros cercanos podrían ayudarnos, pero las carreteras están colapsadas. Puede que no tengamos ni una hora, ¡puede que no aguante tanto!
Stan sintió que las palabras le golpeaban como un puñetazo en el pecho. La visión se le nubló y las rodillas le fallaron. —¡No… no, señor! ¡Sr. Howe! —gritó, tambaleándose hacia la entrada, con los sollozos atragantados en la garganta—. Si no lo consigue… ¿qué voy a hacer? —La voz se le quebró bajo el peso del miedo.
Noah apretó la mandíbula. Lanzó una mirada severa a Stan, con irritación en los ojos. El pánico no resolvería nada. Se volvió hacia el médico, con voz firme y clara.
—Soy O negativo. Use la mía.
Los ojos del médico se abrieron como si acabara de encontrar un salvavidas.
Stan dejó de llorar de golpe. Levantó la vista, atónito, entre la incredulidad y una fe renovada.
Nadie perdió el tiempo preguntando qué relación tenían los dos hombres. La prioridad era clara: había que salvar a Alex.
—¡Moveos! —gritó el médico—. ¡Preparad una transfusión inmediata!
Los minutos se convirtieron en horas. La luz carmesí sobre las puertas dobles brillaba con intensidad, como un siniestro faro.
Después de lo que pareció una eternidad, finalmente se apagó. Alex y Noah fueron sacados en camillas y colocados en salas de recuperación contiguas. Stan se había quedado allí todo el tiempo. Ver a Alex, pálido pero estable, finalmente alivió la opresión en su pecho.
Exhaló temblorosamente y se dejó caer contra la pared. Alex estaba a salvo. Eso lo era todo.
Alex se movió débilmente. El dolor se extendió por todos sus nervios mientras parpadeaba ante el resplandor de la luz. Poco a poco, su entorno se fue enfocando: el techo pálido, las paredes desconocidas, el olor clínico a antiséptico en el aire.
Su mirada recorrió la habitación, esperanzada, y luego se apagó. Sus párpados se cerraron parcialmente y la desilusión se apoderó de sus rasgos.
Sus labios, agrietados y secos, se movieron ligeramente. Las palabras fueron poco más que un susurro. —Sadie… ¿por qué no estás aquí?
Stan estaba de pie cerca, observando cómo su jefe recuperaba la conciencia, con una sensación de alivio en el pecho. Pero cuando esa frágil pregunta rompió el silencio, su expresión vaciló. Apartó la mirada y la esbozada sonrisa se desvaneció. —La señora Hudson… está descansando. No ha venido.
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La poca luz que quedaba en el rostro de Alex se desvaneció. Yacía inmóvil, con los ojos lentamente cerrados, proyectando sombras sobre sus rasgos ya pálidos. Aquel dolor familiar regresó, ahora superpuesto al tormento físico, cada respiración era una batalla.
Ella no vino. Ni siquiera ahora.
Alex hervía de resentimiento. Había bailado al borde de la muerte y Sadie ni siquiera había aparecido.
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